Cuando Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento
del bien y del mal, la humanidad quedó dividida en dos categorías. Si elegíamos
enfatizar lo bueno seríamos clasificados como justos en nuestra propia opinión
y, como consecuencia, nos enalteceríamos y quedaríamos descalificados. Si nos
ocupábamos de lo malo, seríamos los injustos y estaríamos abatidos y
descalificados. Jesús nos recordó que la humanidad caída estaba agrupada en
estas dos categorías.
“A unos que confiaban en sí mismos
como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos
hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El
fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy
gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni
aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo
que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al
cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí,
pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro;
porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será
enaltecido” (Lucas 18.9-14).
Algunos se ubican a sí mismos por
encima de Dios; desprecian a los demás y, al enaltecerse, se alejan de Él.
Otros se consideran gusanos, sin atreverse a levantar la vista ni avanzar; al
decaer su ánimo se alejan de Dios. En la vida cristiana, ambos tipos de
personas tienen características que los definen y cuyo análisis y tratamiento
sería más productivo si las comparásemos con semillas, que luego se
manifestarán como plantas.
Los abatidos-descalificados no
hacen más que pensar en sí mismos y en sus fracasos, pasan largas horas
analizando minuciosamente su lamentable situación y asignando culpas a otros
por el papel que desempeñaron en el proceso que los llevó a esa condición. Usan
todas las circunstancias, rechazos, reveses percibidos y fracasos personales
que encuentran a su alrededor como excusas para cometer suicidio emocional y,
de esa manera, sentirse liberados de toda responsabilidad de avanzar, de
analizar honestamente las quejas o de esforzarse por mejorar. Son víctimas que
ven al mundo entero como su adversario; la vida para ellos apenas si tiene
sentido vivirse. El consuelo viene de la aceptación de su lamentable condición
de no ser aptos para la vida y de que otros evidentemente nacieron con la
bendición de Dios. Confróntelos, y será mejor que esté preparado para
encontrarse con caras largas, gestos de fastidio y venganzas en la forma de
retracción, evasivas, silencios, arranques de depresión, inactividad y castigo
autoinfligido. Si los abatidos-descalificados no están genuinamente abatidos,
se ocuparán de hacer que su conducta demuestre que sí lo están. Por medio de la
pasividad, el alcohol y otras drogas, la televisión, la holgazanería y una
diversidad de ídolos, harán que su vida exterior esté armoniosamente alineada
con su vida interior. Los abatidos-descalificados no pueden vivir consigo
mismos, y por lo tanto no pueden vivir con ningún otro. Al intensificarse esta
conducta negativa, primero quieren que otros les digan que en realidad no están
tan mal como ellos sienten o como su conducta indica (aunque no creerán nada de
lo que se les diga). En segundo lugar, rechazan a otros antes que otros puedan
rechazarlos a ellos. Tercero, comienzan a coquetear con pensamientos suicidas.
Cuarto, comienzan a obsesionarse por todo el mal que alguno les haya hecho,
echando culpas y evitando nuevamente la responsabilidad personal. En quinto
lugar, comienzan a justificar su rebeldía, no importa cuál sea la forma que
asuma, porque creen que tienen razón en sumarse a esa actitud. Al fin y al
cabo, no hay esperanza, no hay nadie que realmente se interese y no hay
necesidad de luchar, porque ya están derrotados. Digámoslo nuevamente, todo lo
anterior se utiliza como una autodefensa por su falta de obediencia a los
principios expuestos en Mateo capítulo 5.
El comunicarse con Dios siempre
aumenta la percepción de nosotros mismos, pero los abatidos-descalificados
tienen un razonamiento para no hablar, porque dan por sentado que Dios no está
interesado en ellos. Si lo estuviera, la vida sería en todos los aspectos
maravillosa y Él les consentiría todos sus altibajos emocionales. Los
abatidos-descalificados permiten que la vida los viva a ellos. Renuncian a las
relaciones, porque ninguna medida de esfuerzo y sacrificio propio funcionará,
¿para qué intentarlo entonces?
Los abatidos-descalificados son los
peores pesimistas; la falta de esperanza ha producido un cinismo generado por
su sólida creencia que toda esperanza reside en ellos mismos; no han buscado a
Dios fuera de ellos y por tanto se encuentran con todo el desaliento que existe
dentro de todas las personas.
Los abatidos-descalificados son
impredecibles. Toman sus decisiones dependiendo de la respuesta de otros para
con ellos. No alzan sus ojos antes de actuar, sino que se limitan a mirar a su
alrededor. Cuando los abatidos-descalificados son padres, buscan en sus hijos
la aprobación antes de actuar. Su lema es agradar a los demás a cualquier
precio, no porque se interesen tanto por las personas sino porque sienten que
su autoestima se eleva al hacer algo que aumente la felicidad de otros. ¿Es de
sorprenderse entonces que los abatidos-descalificados sean susceptibles a los
ataques del enemigo con pensamientos suicidas?
Los abatidos-descalificados postergan
sus acciones por falta de decisión. Como consecuencia de ello todos sus
sentimientos de incapacidad y fracaso, todas las responsabilidades y las tareas
se postergan. Los abatidos-descalificados son personas muy difíciles con las
cuales vivir. ¿Desagradable? ¡Ya lo creo!
Por su parte, los enaltecidos-descalificados
están llenos de justicia propia, son independientes, egocéntricos, sabelotodos
presuntuosos, y no piensan en otra cosa más que criticar las fallas de otros.
Cuando se les hace una sugerencia que pudiera producir en ellos cambios para
mejor, inmediatamente se produce una explosión, ya que los enaltecidos-descalificados
no pueden recibir una crítica, no son enseñables, están convencidos de ser más
sabios que los demás y consideran que sus decisiones personales, familiares,
espirituales y en relación con las finanzas son superiores. Creen que si los
planes de ellos se siguieran al pie de la letra todo funcionaría bien. Aunque
no toleran la crítica, ellos critican con liberalidad y abundancia; ¿y por qué
no? ¡Siempre consideran que tienen razón! Los enaltecidos-descalificados no
tienen paciencia con los demás y su manera de resolver los problemas tiene como
premisa que los demás necesitan cambiar. Cuando se entabla un diálogo con un
enaltecido-descalificado, en cualquier tema se hace difícil llegar a una
conclusión, porque la mayor parte del tiempo se hace necesario analizar lo que
el/ella pensó que otros dijeron y asegurarse que nada de eso pudiera
interpretarse negativamente, ya que necesita mantener su actitud altanera.
Nunca espere una disculpa por parte de un enaltecido-descalificado ni que lo
perdone fácilmente si usted lo ha ofendido. Se sienta en su trono y espera que
usted cumpla con la penitencia hasta ser digno. Cuando una esposa pertenece al
grupo de los enaltecidos-descalificados, el esposo recibe una infinidad de
mensajes encubiertos destinados a no dejar duda alguna en su mente que él es
inaceptable, que no es espiritual, que es un fracaso como padre y un verdadero
estorbo en la familia. Cuando la esposa enaltecida-descalificada logra sacar a
su esposo de la casa, su triunfo no hace más que comprobar lo que siempre se
dijo, y ahora ella es una víctima; el desconcierto más grande es cuando ella
aparenta sorprenderse por la pérdida. Una persona enaltecida-descalificada
produce el cónyuge que él o ella ha descrito –a menudo entre dientes– durante
muchos años. Si un cónyuge da de sí lo mejor por muchos años a una persona
enaltecida-descalificada y nunca puede satisfacer las expectativas, sucede lo
mismo que con un adolescente: se da por vencido y se rebela. Ya no hay
incentivos para seguir intentando. Cuando discipulo a matrimonios, a menudo
pido a cada cónyuge que mencione cinco cosas que él o ella hayan hecho
personalmente para producir infelicidad en el matrimonio. A los
enaltecidos-descalificados, aún al cabo de tanto como cuarenta años de
matrimonio, no se les ocurre nada para decir. Si continúo insistiendo en esta
cuestión lo suficiente, al fin y al cabo alguna falla aparece, pero seguida
inmediatamente por una justificación, como por ejemplo: “No debiera haber hecho
caso a mi esposo/esposa”, o “Si él/ella no hubiese sido tan carnal, yo no me
habría visto empujado/a a adoptar esa conducta”. A un enaltecido-descalificado
no debe adjudicársele ningún fracaso.
¡INCREÍBLE!
En una escala espiritual de uno a
diez, el cónyuge del enaltecido-descalificado está en la categoría uno, de modo
que no importa cuán bien se desempeñe el cónyuge criticado, nunca satisfará las
expectativas; y por supuesto no amerita respeto, afecto físico ni apoyo delante
de los hijos. Pregúnteles acerca de su justicia y escuche por usted mismo cómo
siempre andan en la verdad y actúan exactamente como debe hacerlo un creyente
lleno del Espíritu; no pueden pensar en una sola cosa por la cual debieran
sentirse incómodos y mucho menos avergonzados. Los enaltecidos-descalificados
luchan con los “casos perdidos” con quienes están casados y llegan a la
conclusión que únicamente Jesús puede satisfacer las necesidades de ellos, de
modo que se sienten libres de su obligación de vivir Mateo 5 en el matrimonio.
Contraen un “matrimonio” privado con Jesús y esperan el tiempo del cielo en el
cual puedan deshacerse del estorbo de su “bola y cadena” y puedan pasar a
disfrutar de la vida celestial. Verdaderamente creen que en el día del Juicio,
Jesús los contemplará y dirá: “¡Pobre! ¿Cómo has podido soportar semejante
aguijón en la carne? Espera un momento que voy a juzgar a tu cónyuge”.
¿Repugnante, vergonzoso? ¡Ya lo creo!
A Satanás le gusta el árbol del
conocimiento del bien y del mal con sus extremos. Al comer de él, el discípulo
yerra el blanco. Si el intento de Satanás por hacer avaros a los discípulos
fracasa, tratará de instigarlos para que ofrenden o donen todos sus recursos a
fin de que su familia sufra necesidad. Si Satanás no puede hacernos mentir, nos
induce a no decir nada en absoluto. Si rechazamos la lujuria, él nos tienta con
la idea de aniquilar todo deseo sexual. Si nos negamos a criticar a un hermano,
él alienta una verborragia aduladora que destaca lo maravillosos que son todos.
El mundo come de este árbol y continuamente define lo que es negativo o lo que
es positivo, y utiliza la presión de los pares para que una persona pase de una
posición a otra. La solución para el enaltecido-descalificado no es volverse un
abatido-descalificado o viceversa. La solución es pasar a un árbol
completamente diferente, el árbol de la vida. Jesús es ese árbol y el creyente
ha sido injertado en Él, ¡donde su vida
es nuestra vida! El creyente no es
enaltecido y descalificado ni abatido y descalificado, sino que está
posicionado en Él. ¡Estudie la vida de Jesús para descubrir lo que somos! Evite
los brazos traicioneros y populares del árbol del conocimiento del bien y del
mal.
M. WELLS
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