ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

NO SOMOS DIOS, BAJÉMONOS DEL TRONO

7:50Carlos C

 


La sociedad actual ha estado trabajando tiempo extra con el propósito de “liberar” a la humanidad del cumplimiento de sus responsabilidades personales. Sin embargo, cuando no nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad, hacemos responsables a otros por nuestra conducta. A la inversa, siempre hay personas dispuestas a asumir toda la responsabilidad por las acciones de otros. Así, a menudo hallo a padres que se sienten responsables por la conducta de sus hijos adultos, a esposos o esposas que se culpan a sí mismos y tratan de minimizar los errores de su cónyuge, a vecinos que creen que podrían haber prevenido un divorcio o un suicidio, y a creyentes que piensan que deberían haber intervenido para evitar el fracaso de otros. “No impongas las manos a nadie sin haberlo pensado bien, para no hacerte cómplice de los pecados de otros. Consérvate limpio de todo mal” (1 Timoteo 5.22, DHH). Pablo señala claramente que podemos equivocarnos al asumir responsabilidades en forma apresurada, porque corremos el riesgo de participar, sin proponérnoslo, en el pecado de otra persona. No siempre es bueno intervenir impulsivamente para ayudar a otros. Los aduladores y los que siempre quieren agradar a los demás están deseosos de ayudar; se hacen presentes al instante con la intención de consolar, de ayudar a las personas a verse y sentirse mejor, y de proporcionarles una interpretación de las circunstancias que no proviene de Dios; en consecuencia, los “ayudadores” participan involuntariamente en los pecados de otros. Cuando el creyente asume la responsabilidad por las acciones de otros, se sienta en el trono de Dios sin tener el poder de Dios. Ponerse en el papel de Dios sin contar con ninguno de sus recursos es una función muy frustrante, pues vemos lo que necesitamos hacer pero no tenemos con qué hacerlo. No podemos jugar a ser el Espíritu Santo, porque es trabajo de Él convencer de pecado y proporcionar el poder necesario para vencer. La ansiedad aumenta de manera natural para el creyente que se deja enredar en esta clase de responsabilidad. La única solución es bajar del trono y descansar en Cristo. Absténgase de asumir la responsabilidad por otros, y recuerde que si no podemos hacer blanco o negro ni un cabello de nuestra cabeza, tampoco podremos cambiar a los demás, salvo a través de la oración. La oración es reconfortante, pues libera al creyente de la responsabilidad y entrega todo a Dios. La oración no hace al Señor nuestro socio ni un participante, sino el que, a partir de ese momento, es el responsable, de modo que podamos volver a vivir como pajarillos. No permita que los carnales llenen su mochila con ladrillos al alentarlo a “hacer algo”. Haga lo más desafiante y esforzado que un cristiano puede hacer, que es confiar en Dios con respecto a los cambios que necesitan las personas que están a su alrededor. 

M.W

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