Existe una frase que, cuando los
creyentes la pronuncian, provoca en Dios una emoción mayor que la que cualquier
ser humano pueda sentir. Es una frase a menudo tomada livianamente, y
posiblemente malinterpretada por algunos de los que la utilizan, pero que
moviliza en Dios su compasión, su amor, su pérdida, su ganancia, su perdón, sus
esperanzas, sus deseos y, sobre todo, su dolor. Esta frase sagrada otorga, a la
persona que la pronuncia, el beneficio de toda la bondad de Dios, su comunión y
cuidado constante, además de su oÃdo atento y su corazón lleno de amor. La
frase que produce todo esto es: “La sangre de Jesús”. Cuando pedimos algo por
la sangre de Jesús, Dios se conmueve en sus entrañas al recordar su unidad con
el Hijo y su gran amor por Él, la pérdida de su Unigénito, el juicio, y
finalmente un nuevo nacimiento. ¿No es sagrada esta frase? ¿No deberÃa el
creyente ser cuidadoso al invocarla? ¿No deberÃamos esperar grandes cosas
cuando las pedimos por la sangre de Jesús? Esta frase le recuerda a Dios la
antigua condición de sus criaturas: su fracaso, su pecado, su egocentrismo y su
necesidad de que Él hiciera algo. Dios recuerda cuando envió a su Hijo,
recuerda la crucifixión, la multitud que se burlaba, el rechazo de una nación y
de una ciudad, y hasta la negación por parte de los seguidores de su Hijo
Jesús. Sea cuidadoso en la manera de utilizar estas palabras, pero ¡Ãºselas! “Y
ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero” (Apocalipsis 12.11a).
M.WELLS
M.WELLS
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