En 1 Samuel 15.22 leemos: “Y
Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y vÃctimas, como en
que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que
los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”.
Obedecer es mejor que los sacrificios; esta es una de las
declaraciones más cruciales en todo el Antiguo Testamento. ¿Cómo llegó Samuel a
esa conclusión? ¿Se despertó una mañana con ese pensamiento? ¿Se lo dijo Dios
con voz audible, o lo aprendió por medio de la experiencia? Creo que la clave
está en esto último; la vida misma enseñó a Samuel esta sencilla y profunda
verdad.
“¿Por qué lo hice?” “¡Qué tonto
soy!” “¡Antes de salir me jactaba de que nunca harÃa algo semejante!” “¡Me
odio!” “¡Si tan solo me llegara la muerte y me liberara!” A menudo oigo estos
comentarios de personas que fueron infieles a sus cónyuges. Quizá su fracaso no
sea el nuestro, pero hemos cometido faltas igualmente importantes, que nos
causan muchos de los mismos sentimientos. El enemigo ama más la culpa producida
por el pecado, que la cuestión del pecado en sÃ. El pecado dura un momento,
pero se soluciona con el perdón; Cristo murió por nuestro pecado. Sin embargo,
para quienes no lo saben, la culpa y el daño resultante pueden durar toda una
vida.
Es muy claro lo que debemos hacer
cuando pecamos. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1.9). Después
de la confesión debe haber regocijo. Recuerdo cuando una tarde salà a caminar y
orar para tener un tiempo de confesión. Sentà inmediatamente como si una mano
se posara sobre mi hombro y una voz suave me susurrara: “¡Muy bien! ¡Ahora
sigue adelante! Yo me ocuparé de todo”. Sentà en mi espÃritu esa paz que debe
seguir a la confesión. No obstante, el enemigo nos roba el gozo al susurrarnos:
“SÃ, Dios te ha perdonado, pero ¿no olvidas algo? ¡LAS
CONSECUENCIAS! Dios perdona, es cierto, pero sufrirás
las consecuencias por el resto de tu vida”. El enemigo disfruta de señalar
cualquier suceso en la vida del creyente, a fin de usar la idea de las
consecuencias para impedirle avanzar. La lógica de Satanás gana más y más
terreno cuando pensamos cosas como “La
ruptura del matrimonio es la consecuencia de no haber buscado a Dios lo
suficiente durante el noviazgo” o “Prolongar
el noviazgo sin casarse trajo como consecuencia el sexo prematrimonial”. Satanás
procura denigrar a Dios. Sabe que hemos visto la bondad del Señor en su perdón,
pero quiere persuadirnos para que sigamos evitando a Dios a causa del temor a
las consecuencias. Cuando el creyente sucumbe a este engaño no hay gozo, sino
únicamente la invitación al temor para que entre en la vida, mientras pasamos
cada dÃa esperando las consecuencias. ¿Cuándo llegarán? ¿Cuándo saldrán a la
luz pública? ¿De qué manera elegirá Dios castigarme? La presión aumenta. La
infelicidad crece. El deseo de escapar y escondernos de Dios es una constante.
PermÃtame hacerle una pregunta.
¿Dónde está Jesús en todo esto? La confesión es dejar de ser nosotros el centro
de atención, para que lo sea Él. Lo que Satanás desea es asegurarse que nuestro
yo siga teniendo toda nuestra atención. ¡Debemos definir en nuestro corazón si
Dios perdona o no! Cada vez que nuestros hijos nos piden perdón, hacemos todo
lo posible por evitarles las consecuencias. La confesión de su debilidad e
insensatez hace que pongamos todos nuestros recursos para apoyarlos. ¿Y qué
harÃa Dios? ¿No harÃa lo mismo, aunque en mayor medida y mucho mejor? ¡Cuando
confesamos, Dios comienza a reducir el impacto de las consecuencias, al hacer
que todas las cosas nos ayuden para bien! ¡Hasta nos limpia de toda maldad!
Hay dos aspectos a tener en cuenta
frente al fracaso: la confesión y el poder limpiador de Dios. ¿Cómo nos limpia
Dios? Utilizando lo natural para hacernos personas sobrenaturales. Los sucesos
naturales hacen que la verdad recorra el camino de cuarenta y cinco centÃmetros
desde la cabeza hasta el corazón. El fracaso es de la carne, y la carne es la
condición del hombre cuando se encuentra bajo la influencia de cualquier otra
cosa o persona que no sea Dios; pertenece al reino de lo natural. ¿Qué nos
enseña un fracaso en el ámbito de lo natural? Nos revela la desagradable
realidad que somos más débiles de lo que creÃamos. Esto es desagradable solo
porque somos orgullosos; hemos hecho las cosas a nuestra manera sin tener en
cuenta la sencilla verdad que, cuando nos gloriamos en la debilidad, esta es
reemplazada por la fortaleza de Dios. Frente a nuestros fracasos, Dios tiene un
resultado deseado; su objetivo para nosotros no son las CONSECUENCIAS, el
temor, el odio hacia nosotros mismos ni años de castigo, sino simplemente el
reconocimiento de nuestra debilidad y humildad.
Cuando esta conciencia pase de la cabeza al corazón,
usted confesará: “¡Soy demasiado insensato, débil y temeroso como para pensar
que puedo aventurarme en tal o cual situación sin Él!” Dirá esto antes de entrar en la situación, no después. Esta nueva conciencia le
ayudará a mantenerse alejado del peligro y cerca del Señor. La derrota en el
ámbito de lo natural es útil para Dios por su poderosa enseñanza: ¡A través de
la experiencia, nos hartamos de nuestro yo!
Proverbios 14.14 dice: “De sus
caminos será hastiado el necio de corazón; pero el hombre de bien estará
contento del suyo”. Nuestro fracaso nos hace temer a Dios y, en consecuencia,
dormir mejor. “El temor del SEÑOR conduce
a la vida; da un sueño tranquilo y evita los problemas” (Proverbios 19.23,
NVI). ¿Qué le enseñó el fracaso o de qué lo limpió, que ninguna otra cosa
podrÃa haber hecho? ¡Alabe a Dios por eso!
Si usted fracasó en algo que lo hizo
ocultarse y esperar las consecuencias, permÃtame decirle lo siguiente:
“¡Levántese!” Esa autoflagelación no proviene de Dios. Aceptar el perdón es
mucho más fácil que aceptar la limpieza; sin embargo, ¡no se los debe separar!
¡Usted no debe recibir lo uno sin lo otro! Mateo 9.5-6 dice: “Porque, ¿qué es
más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?
Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para
perdonar pecados (dice entonces al paralÃtico): Levántate, toma tu cama, y vete
a tu casa”. Este hombre al cual Jesús ministró fue perdonado, y dónde debÃa ir
a partir de allà quedó ilustrado por el hecho de ponerse en pie y caminar
(¡lógicamente, hacia adelante!). Dios soluciona el problema del perdón y las
consecuencias al mismo tiempo. No necesitamos perder más tiempo escuchando al
enemigo.
Finalmente,
usted comprenderá que ha sido juzgado por la ley de la libertad de Dios.
Permita que su corazón se llene con las palabras libertad y misericordia. Santiago 2.12-13 dice:
“Asà hablad, y asà haced, como los que habéis de ser
juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con
aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio”.
M.WELLS
M.WELLS
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