A menudo me preguntan: “¿Por qué oigo
constantemente a otras personas decir que Dios les dijo tal o cual cosa, pero
yo nunca he oído al Señor?” Fue Jesús quien dijo: “Mis ovejas oyen mi voz”
(Jn 10.27). Dios siempre es veraz y lo que nos dice es la verdad. Todos los creyentes oyen a Dios, pero pocos dedican tiempo para aprender a discernir su voz de entre las miles de voces que oímos cada día.
(Jn 10.27). Dios siempre es veraz y lo que nos dice es la verdad. Todos los creyentes oyen a Dios, pero pocos dedican tiempo para aprender a discernir su voz de entre las miles de voces que oímos cada día.
Un joven, trabajó con su abuelo en un taller mecánico. En una oportunidad, cuando revisaban un motor, le preguntó: ¿Oyes el ruido que hace ese botador de válvula?” Le respondió que no oía nada extraño. El abuelo aseguró que era imposible que él oyera algo y el joven no, de modo que le dijo que continuara escuchando mientras él iba a buscar algo al taller. Regresó con una barra metálica de casi dos centímetros de diámetro y unos cuarenta y cinco centímetros de largo. Le pidió que apoyara un extremo de la barra cerca del botador que hacía ruido, colocara su dedo pulgar en el otro extremo de ella y luego apoyara su oído contra la barra. Para su sorpresa, pudo oír aquel sonido, leve pero característico, por sobre todos los otros sonidos que produce un motor. Luego, le hizo escuchar atentamente sin utilizar la barra; para su sorpresa, lo que antes era inaudible comencé a distinguirlo levemente. Luego sonó más y más fuerte, hasta hacerse inconfundible. El resultado fue que lleguó a poder escuchar el sonido de un motor, con la misma facilidad con que lo hacía su abuelo, y determinar si los botadores de válvulas estaban golpeando.
Todo creyente está oyendo a Dios.
¿Alguna vez sintió una paz que invadía su espíritu, un calor especial o una
sensación de esperanza, de amor o de expectativa al leer un libro cristiano o
la Biblia, al hablar con otro creyente, al oír un sermón, al disfrutar de la
naturaleza o al orar? Como sea que usted lo describa, esa fue la voz de Dios
hablándole. Su voz siempre es suave y es vida, libertad, liberación y aliento.
La próxima vez que la oiga, la sienta o la perciba, ¡deténgase! Concéntrese en
ella. Analícela, rememórela, medite en ella. Así, cada vez que le suceda haga
lo mismo, y pronto podrá discernir claramente la voz de Dios.
Se cuenta la historia de un indígena
de América del Norte, quien caminaba por Nueva York con un amigo que vivía en
la ciudad. En un momento dado, detuvo a su amigo y le dijo: “¿Oyes ese grillo?”
Su amigo contestó que no oía nada, pero el nativo lo condujo hasta el sitio
exacto en que se encontraba el insecto. El amigo le preguntó cómo había podido
hacerlo, a lo cual el indígena respondió: “Simplemente sintoniza tu oído para
captar el sonido que te guste”. Para probar su teoría, el nativo arrojó varias
monedas a la acera y todas las personas en un radio de varios metros se
detuvieron, atentas al sonido.
Todo creyente oye algo cada día, pero ¿qué está escuchando? La voz del Padre nos habla a cada uno de manera clara;
lamentablemente, muchos tienen sintonizada la voz del enemigo, la cual es dura,
crítica, hostigadora y condenadora, y está cargada de desesperanza. Están aquellos a quienes Dios les ha
hablado en forma audible. Lo que he descrito anteriormente es la voz singular
con la cual el Señor habla a cada creyente en particular. Aunque la voz de Dios
no es la misma para cada persona, su resultado final sí lo es. Cuando los creyentes
dicen “El Señor me dijo”, “Dios me habló”, “Dios me dijo claramente que fuera a
tal lugar o hiciera tal o cual cosa”, etc., por lo general se refieren a esa
voz que describí anteriormente. Nunca olvide que cada experiencia o
ausencia de ella en el camino cristiano, debe producir el mismo resultado: fe.
Como decimos a menudo, lo bueno es enemigo de lo mejor. Es bueno oír a Dios,
pero hay algo mejor. Lo mejor es caminar por fe sin oír, confiando aunque no
oigamos. Por lo tanto, si después de haber aprendido a identificar la voz de
Dios llegan tiempos en los cuales usted no oye nada, no busque una palabra, una
voz o una visión. Buscar una voz y evitar la fe no son lo mejor. Demasiado a
menudo somos llevados a creer que contar con la aceptación de Dios significa
tener siempre una comunicación audible y directa con Él. Quienes afirman tener
esto no necesitan una fe activa. Como personas de fe, continuaremos caminando
ya sea que oigamos algo o no.
M.WELLS
M.WELLS
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