ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

EL PRIMER AMOR

4:36Carlos C


Apocalipsis 2.4 dice: “[...] has dejado tu primer amor”.
           Comenzamos nuestra vida cristiana encontrando a Jesús; no una doctrina, no un énfasis, no una actividad, sino una Persona. Al principio Él, y solo Él, era lo más importante para nosotros. Lo hallamos y nos dio descanso. A modo de ilustración, podemos comparar nuestra vida en Él como el hecho de estar en el cubo de una rueda, en la cual cada rayo –cada aspecto de la vida– necesita su sostén, porque el cubo puede girar solo, pero los rayos sin un cubo no se sostienen. Por lo tanto, la verdad menor (un rayo) siempre da paso a la verdad mayor (el cubo). Lamentablemente, al cabo de poco tiempo, los rayos (las verdades menores a las cuales Cristo da sustento) acapararon nuestra atención y pasaron a ser nuestros principales objetos de interés, por lo cual se convirtieron en caminos que nos alejaron de Él. Llegamos a creer que el cubo no es el factor principal de la vida, que necesitamos otras experiencias para sentirnos completos y para darle sustento a la vida en Él, como por ejemplo los logros intelectuales, la memorización de pasajes bíblicos, el evangelismo, la asistencia a los cultos, y tiempos obligatorios de oración y estudio bíblico. Todas estas actividades pueden ser rayos valiosos cuando exaltan al Centro, pero cuando se convierten en un fin en sí mismos y nos alejan, nos convertimos en creyentes de la periferia, que viven en constante competencia con otros que exaltan la vida en la periferia. Así, nuestra vida ya no procede del centro, y cada intento de volver encuentra la oposición de un nuevo énfasis u objeto de interés. La vida en la periferia carece de profundidad. ¿Cómo volvemos al centro? 
           Un hermano en Cristo me relató su experiencia al despertar después de un accidente cerebrovascular y encontrar que la mitad de su cuerpo estaba paralizado. Me habló de su frustración, ira y consternación al tomar conciencia de su condición. Luego me dijo cuál fue el resultado final de su accidente: Un amor más profundo por Dios y una mayor conciencia de su gracia y poder, además de una vida de adoración renovada. Concluyó señalando emocionado: “¡Quisiera que todos pudiesen conocerlo de esta manera!” Observé su rostro y pensé que si yo pudiese garantizar a todos los asistentes a un seminario de un fin de semana que tendrían lo que este hombre tenía, podría cobrar diez mil dólares de matrícula y llenar el auditorio. Sin embargo, si yo tuviese que anunciar que el costo de la matrícula que llevaría a las personas de nuevo al centro no serían diez mil dólares, sino un accidente cerebrovascular, estoy totalmente seguro que el número de participantes habría caído drásticamente. 
El costo de la matrícula para volver al centro tiene características diferentes para cada persona en cuanto a sus matices y su severidad, pero podría incluir algo como la pérdida de un ser amado, tratar con un hijo rebelde, el agotamiento debido a la crianza de niños pequeños, enfermedad, inestabilidad laboral o una infinidad de otras circunstancias que nos hacen comprender que necesitamos únicamente de Dios, al ocupar nuestro debido y legítimo lugar en el cubo. Ahora encontramos nuestro descanso en Él, donde no hay tentación, objeto de interés, doctrina ni experiencia en la cual pondremos nuestra confianza para que produzcan vida abundante. Cuando otros nos invitan a alejarnos del centro persiguiendo metas que promueven a
“Jesús + algo más”, nosotros pensamos: Disfruten del rodeo; yo no me aparto del centro. Aprendemos que no hay nada malo en lo que viene detrás del Señor –que ha surgido de nuestra relación con Él–, pero que todo aquello que procura ir delante de Él (supuestamente brindándole apoyo), es de evitar y temer. Llegamos a ser voces del centro, no el eco de algún rayo.
           En una oportunidad, observé en Suiza a un anciano de estatura pequeña, que vivía junto a un río en una choza totalmente abarrotada de trastos viejos. Casi ni quedaba lugar para él, de modo que era comprensible que pasara sus días fuera de la vivienda, sentado y protegiendo lo que prácticamente no tenía valor alguno. Pensé qué bendición sería una inundación para este hombre, ¡ya que él podría escapar pero el río se llevaría todo lo que había acumulado! Aunque para esta persona eso podría ser una tragedia, su vida comenzaría de nuevo, y sería de esperar que finalmente llegara a comprender que el valor de su vida era mayor que el de toda la basura con la cual se había rodeado. 
Pablo dice: “Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo” (Filipenses 3.8, NVI). Cada semana veo creyentes que han sido alcanzados por una de esas inundaciones de la vida; todo lo que atesoraban se fue con la corriente, las expectativas dieron paso a la realidad, y en un principio se sintieron devastados, capaces de ver únicamente la muerte de lo que tanto valoraban. Sin embargo, la muerte es un preludio a la vida, la remoción de cachivaches que nos impiden centrar nuestra atención en Cristo. Recordemos que Jesús presentó pruebas de su resurrección a los discípulos en la forma de las marcas de su muerte, sin la cual nosotros no podríamos tener vida. 

A menudo me pregunto:  ¿qué es lo que te destaca entre tus amigos? ¿Qué cosas enfatizas? Es una buena pregunta, porque quiero ser conocido por promover la vida en Cristo sin que haya nada que una persona deba pasar antes de llegar a Él. Hace dos mil años que los cristianos vienen colocando sus énfasis preferidos a los pies de Jesús, y procurando hacer que otros presten atención a esas cosas. ¿Por qué no adorarlo a Él a sus pies, en lugar de prestar atención a las cosas que pueden encontrarse allí? 
M WELLS

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