Apocalipsis
2.4 dice: “[...] has dejado tu primer amor”.
Comenzamos nuestra vida cristiana
encontrando a Jesús; no una doctrina, no un énfasis, no una actividad, sino una
Persona. Al principio Él, y solo Él, era lo más importante para nosotros. Lo
hallamos y nos dio descanso. A modo de ilustración, podemos comparar nuestra
vida en Él como el hecho de estar en el cubo de una rueda, en la cual cada rayo
–cada aspecto de la vida– necesita su sostén, porque el cubo puede girar solo,
pero los rayos sin un cubo no se sostienen. Por lo tanto, la verdad menor (un
rayo) siempre da paso a la verdad mayor (el cubo). Lamentablemente, al cabo de
poco tiempo, los rayos (las verdades menores a las cuales Cristo da sustento)
acapararon nuestra atención y pasaron a ser nuestros principales objetos de
interés, por lo cual se convirtieron en caminos que nos alejaron de Él.
Llegamos a creer que el cubo no es el factor principal de la vida, que
necesitamos otras experiencias para sentirnos completos y para darle sustento a
la vida en Él, como por ejemplo los logros intelectuales, la memorización de
pasajes bÃblicos, el evangelismo, la asistencia a los cultos, y tiempos
obligatorios de oración y estudio bÃblico. Todas estas actividades pueden ser
rayos valiosos cuando exaltan al Centro, pero cuando se convierten en un fin en
sà mismos y nos alejan, nos convertimos en creyentes de la periferia, que viven
en constante competencia con otros que exaltan la vida en la periferia. AsÃ,
nuestra vida ya no procede del centro, y cada intento de volver encuentra la
oposición de un nuevo énfasis u objeto de interés. La vida en la periferia
carece de profundidad. ¿Cómo volvemos al centro?
Un hermano en Cristo me relató su
experiencia al despertar después de un accidente cerebrovascular y encontrar
que la mitad de su cuerpo estaba paralizado. Me habló de su frustración, ira y
consternación al tomar conciencia de su condición. Luego me dijo cuál fue el
resultado final de su accidente: Un amor más profundo por Dios y una mayor
conciencia de su gracia y poder, además de una vida de adoración renovada.
Concluyó señalando emocionado: “¡Quisiera que todos pudiesen conocerlo de esta
manera!” Observé su rostro y pensé que si yo pudiese garantizar a todos los
asistentes a un seminario de un fin de semana que tendrÃan lo que este hombre
tenÃa, podrÃa cobrar diez mil dólares de matrÃcula y llenar el auditorio. Sin
embargo, si yo tuviese que anunciar que el costo de la matrÃcula que llevarÃa a
las personas de nuevo al centro no serÃan diez mil dólares, sino un accidente
cerebrovascular, estoy totalmente seguro que el número de participantes habrÃa
caÃdo drásticamente.
El costo de la matrÃcula para
volver al centro tiene caracterÃsticas diferentes para cada persona en cuanto a
sus matices y su severidad, pero podrÃa incluir algo como la pérdida de un ser
amado, tratar con un hijo rebelde, el agotamiento debido a la crianza de niños
pequeños, enfermedad, inestabilidad laboral o una infinidad de otras
circunstancias que nos hacen comprender que necesitamos únicamente de Dios, al
ocupar nuestro debido y legÃtimo lugar en el cubo. Ahora encontramos nuestro
descanso en Él, donde no hay tentación, objeto de interés, doctrina ni
experiencia en la cual pondremos nuestra confianza para que produzcan vida
abundante. Cuando otros nos invitan a alejarnos del centro persiguiendo metas que
promueven a
“Jesús + algo más”, nosotros pensamos: Disfruten del rodeo; yo no me aparto del
centro. Aprendemos que no hay nada malo en lo que viene detrás del Señor
–que ha surgido de nuestra relación con Él–, pero que todo aquello que procura
ir delante de Él (supuestamente brindándole apoyo), es de evitar y temer.
Llegamos a ser voces del centro, no el eco de algún rayo.
En una oportunidad, observé en Suiza a
un anciano de estatura pequeña, que vivÃa junto a un rÃo en una choza
totalmente abarrotada de trastos viejos. Casi ni quedaba lugar para él, de modo
que era comprensible que pasara sus dÃas fuera de la vivienda, sentado y
protegiendo lo que prácticamente no tenÃa valor alguno. Pensé qué bendición
serÃa una inundación para este hombre, ¡ya que él podrÃa escapar pero el rÃo se
llevarÃa todo lo que habÃa acumulado! Aunque para esta persona eso podrÃa ser
una tragedia, su vida comenzarÃa de nuevo, y serÃa de esperar que finalmente
llegara a comprender que el valor de su vida era mayor que el de toda la basura
con la cual se habÃa rodeado.
Pablo dice: “Es más, todo lo
considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús,
mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a
Cristo” (Filipenses 3.8, NVI). Cada semana veo creyentes que han sido
alcanzados por una de esas inundaciones de la vida; todo lo que atesoraban se
fue con la corriente, las expectativas dieron paso a la realidad, y en un
principio se sintieron devastados, capaces de ver únicamente la muerte de lo
que tanto valoraban. Sin embargo, la muerte es un preludio a la vida, la
remoción de cachivaches que nos impiden centrar nuestra atención en Cristo.
Recordemos que Jesús presentó pruebas de su resurrección a los discÃpulos en la
forma de las marcas de su muerte, sin la cual nosotros no podrÃamos tener
vida.
A menudo me pregunto: ¿qué es lo que te destaca entre tus amigos? ¿Qué cosas enfatizas? Es una buena
pregunta, porque quiero ser conocido por promover la vida en Cristo sin que
haya nada que una persona deba pasar antes de llegar a Él. Hace dos mil años
que los cristianos vienen colocando sus énfasis preferidos a los pies de Jesús,
y procurando hacer que otros presten atención a esas cosas. ¿Por qué no
adorarlo a Él a sus pies, en lugar de prestar atención a las cosas que pueden
encontrarse allÃ?
M WELLS
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