“Volvieron los setenta con gozo,
diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo
veÃa a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquà os doy potestad de hollar
serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.
Pero no os regocijéis de que los espÃritus se os sujetan, sino regocijaos de
que vuestros nombres están escritos en los cielos. En aquella misma hora Jesús
se regocijó en el EspÃritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has
revelado a los niños. SÃ, Padre, porque asà te agradó” (Lucas 10.17-21).
Las EpÃstolas mencionan a Satanás
solamente 10 veces. La totalidad de la Biblia lo hace 56 veces y, de esa cifra,
14 menciones corresponden al libro de Job. En contraste, a Jesús se lo menciona
842 veces y a Cristo 374 veces.
Una rápida operación matemática revela que Jesús lidera por veinte a uno. ¿Cómo
es posible entonces que Satanás se haya convertido en el centro de atención de
tantos creyentes, que se le brinde igual importancia y que muchos consideren
que su poder es igual al de Cristo?
“Otra vez le llevó el diablo a un
monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y
le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo:
Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo
servirás” (Mateo 4.8-10). El término
adorar significa “prestar atención”. Todo aquello a lo cual prestamos
atención se convierte en lo que adoramos. Es alarmante descubrir cuántos
creyentes adoran a Satanás prestándole toda su atención. Cuando Satanás es el
centro de nuestra atención, pasa a ser como cualquier otra obsesión; lo
encontraremos en todas partes y en todo.
A principios de la década de 1970
entró al ámbito de la iglesia una corriente absolutamente nueva. Digo
“absolutamente nueva” porque aparte del hecho que la Biblia no fundamenta en
absoluto el concepto, la historia de la iglesia tampoco lo menciona. La nueva
enseñanza era que los cristianos podÃan estar poseÃdos por demonios. En todas
las ocasiones en las cuales Pablo trató con creyentes perturbados, no hay una
sola inferencia en cuanto a que la solución de su libertad descansaba en ser
liberados de algún demonio. Una contradicción fundamental de este concepto se
plantea cuando Pablo dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el
EspÃritu de
Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3.16). AquÃ, el
término templo se refiere al Lugar
SantÃsimo, donde ningún mal puede habitar. Frente a este problema teológico,
los promotores de la nueva idea redefinieron el término posesión para indicar “opresión”. Es innegable que los creyentes
pueden ser oprimidos; sin embargo, esta definición de opresión promovÃa el concepto de la existencia de demonios que
habitaban en el cuerpo, no en el espÃritu, de modo que seguÃa en pie la
necesidad de expulsar demonios. Sin embargo, Juan habla claramente con respecto
al lugar de habitación de Satanás: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los
habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el
mundo” (1 Juan 4.4). Su lugar no está en el cuerpo ni en el alma, sino en el
mundo. Uno de los peligros de enseñar que los demonios residen en un creyente
es que una vez que alguien está convencido de tener un demonio, se abre al
mundo demonÃaco y a todo tipo de ataques externos, incluyendo las
manifestaciones psicosomáticas. Satanás recibe la atención de todos y nadie
avanza en su relación con Cristo.
Hablé con un hermano con respecto
a su “ministerio” y le hice una pregunta: “Supongamos que alguien tiene un
demonio de lujuria y usted lo expulsa; si luego la persona es tentada
nuevamente por la lujuria, ¿qué debe hacer?” Su respuesta fue: “Una vez que el
demonio se va, la persona necesita permanecer en Cristo; si la lujuria le atrae
nuevamente es porque no está permaneciendo en Él”. Esa respuesta me resultó
interesante, porque si al fin y al cabo es el permanecer en Cristo lo que
impide que un creyente sea atraÃdo por la lujuria, ¿por qué no comienza,
precisamente, por permanecer en Cristo? Digámoslo una vez más: una verdad menor
siempre abre paso a la mayor.
En una oportunidad me formularon una
pregunta tendenciosa. La persona que se ocupó de hacerla sabÃa que varios de
los presentes en la reunión expulsaban demonios de creyentes. ¿Qué pensaba yo
de esa práctica? Todo lo que yo estaba dispuesto a decir fue: “Hay muchas olas
que nos llevan demasiado lejos de la costa”. Mi interlocutor insistió y yo
repetà mi respuesta anterior. Este énfasis ha sido una ola que recorre
periódicamente las congregaciones. Si fuese verdad, se convertirÃa en un
fundamento, pero siempre parece ceder hasta que llega a la próxima ola.
No estamos negando la realidad en
cuanto a que la actividad de Satanás es real, ¡pero su poder fue quebrado por
la obra de Cristo! ¡Una manera mucho más sencilla de tratar con el diablo es
exaltar a Jesús! En el instante en que Cristo es exaltado –en ese preciso
instante– se renuncia a Satanás y este es “bajado”. Ante esta explicación
muchos señalan conmovidos: “Si usted hubiese visto lo que yo vi”. Lo he visto.
Si debemos poner en tela de juicio nuestros pensamientos a fin de analizar la
fuente, ¿no debiéramos también poner en tela de juicio alguna vez nuestras
emociones, nuestras experiencias y lo que vemos? Un pasaje bÃblico citado con
frecuencia es
Deuteronomio 5.9: “[…], porque yo soy Jehová tu Dios,
fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. Sin embargo, asà eran las cosas con Dios antes; pero
ahora ya no más. Estando aún vigente el antiguo pacto, Dios promete por medio
de JeremÃas que llegarÃa una manera nueva de tratar con el pecado y con los
seres humanos (JeremÃas 31.27-31). Eso se cumplió en el nuevo pacto, en su Hijo
Jesucristo, de manera que ahora ya no estamos atados a pecados generacionales.
El otro problema que trae el uso de este versÃculo para demostrar la posesión
demonÃaca por medio del linaje es que nadie serÃa libre. Toda persona sobre el
planeta podrÃa encontrar a un antepasado que no adoraba a Dios y que practicaba
alguna forma de ocultismo. Satanás prefiere vernos perdiendo tiempo
expulsándolo a él para que no invitemos a Cristo a entrar. La solución es
vestirse con toda la armadura de Dios. ¿Por qué resulta más fácil creer que
casi todo el mundo está influenciado por demonios, cuando tendrÃa mucho más
sentido –viendo que Cristo es infinitamente más poderoso– creer que si hubo
alguna influencia cristiana en el pasado de alguien, esa persona y sus
descendientes tendrÃan alguna dispensación especial?
Si necesitamos estar constantemente
en guardia ante la influencia del enemigo por medio de objetos inanimados,
entonces los cristianos no tienen esperanza en paÃses como la India, donde es
casi imposible comprar comida, ropa o algún objeto material que en determinado
momento no haya sido sacrificado a Satanás. Si aun para el engañado un Ãdolo no
tiene poder, ¿cómo podrÃa tener poder alguno sobre los elegidos? Frente a esto
necesitamos mantener la actitud de Pablo: “Acerca, pues, de las viandas que se
sacrifican a los Ãdolos, sabemos que un Ãdolo nada es en el mundo, y que no hay
más que un Dios” (1 Corintios 8.4).
Una vez me preguntaron cuánto
poder daba Satanás a sus seguidores. ¡La respuesta es nada! ¿Cómo puede una criatura menor dar algo a una criatura mayor?
El hombre es mayor; por lo tanto, todo lo que Satanás puede dar es una mentira;
y sin duda es experto en mentir. Muchos han cometido el error de no reconocer
la obra de Satanás. Como discÃpulo celestial, reconozca la obra de él y luego
reconozca la obra de Jesús, quien lo hizo caer del cielo, ¡y hago tabernáculo
allÃ, en la obra de Cristo!
M.WELLS
0 comentarios