ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

SATANAS

4:17Carlos C


“Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Lucas 10.17-21). 
Las Epístolas mencionan a Satanás solamente 10 veces. La totalidad de la Biblia lo hace 56 veces y, de esa cifra, 14 menciones corresponden al libro de Job. En contraste, a Jesús se lo menciona 842 veces y a Cristo 374 veces. Una rápida operación matemática revela que Jesús lidera por veinte a uno. ¿Cómo es posible entonces que Satanás se haya convertido en el centro de atención de tantos creyentes, que se le brinde igual importancia y que muchos consideren que su poder es igual al de Cristo?
“Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4.8-10). El término adorar significa “prestar atención”. Todo aquello a lo cual prestamos atención se convierte en lo que adoramos. Es alarmante descubrir cuántos creyentes adoran a Satanás prestándole toda su atención. Cuando Satanás es el centro de nuestra atención, pasa a ser como cualquier otra obsesión; lo encontraremos en todas partes y en todo. 
A principios de la década de 1970 entró al ámbito de la iglesia una corriente absolutamente nueva. Digo “absolutamente nueva” porque aparte del hecho que la Biblia no fundamenta en absoluto el concepto, la historia de la iglesia tampoco lo menciona. La nueva enseñanza era que los cristianos podían estar poseídos por demonios. En todas las ocasiones en las cuales Pablo trató con creyentes perturbados, no hay una sola inferencia en cuanto a que la solución de su libertad descansaba en ser liberados de algún demonio. Una contradicción fundamental de este concepto se plantea cuando Pablo dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de
Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3.16). Aquí, el término templo se refiere al Lugar Santísimo, donde ningún mal puede habitar. Frente a este problema teológico, los promotores de la nueva idea redefinieron el término posesión para indicar “opresión”. Es innegable que los creyentes pueden ser oprimidos; sin embargo, esta definición de opresión promovía el concepto de la existencia de demonios que habitaban en el cuerpo, no en el espíritu, de modo que seguía en pie la necesidad de expulsar demonios. Sin embargo, Juan habla claramente con respecto al lugar de habitación de Satanás: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4.4). Su lugar no está en el cuerpo ni en el alma, sino en el mundo. Uno de los peligros de enseñar que los demonios residen en un creyente es que una vez que alguien está convencido de tener un demonio, se abre al mundo demoníaco y a todo tipo de ataques externos, incluyendo las manifestaciones psicosomáticas. Satanás recibe la atención de todos y nadie avanza en su relación con Cristo.
Hablé con un hermano con respecto a su “ministerio” y le hice una pregunta: “Supongamos que alguien tiene un demonio de lujuria y usted lo expulsa; si luego la persona es tentada nuevamente por la lujuria, ¿qué debe hacer?” Su respuesta fue: “Una vez que el demonio se va, la persona necesita permanecer en Cristo; si la lujuria le atrae nuevamente es porque no está permaneciendo en Él”. Esa respuesta me resultó interesante, porque si al fin y al cabo es el permanecer en Cristo lo que impide que un creyente sea atraído por la lujuria, ¿por qué no comienza, precisamente, por permanecer en Cristo? Digámoslo una vez más: una verdad menor siempre abre paso a la mayor.
           En una oportunidad me formularon una pregunta tendenciosa. La persona que se ocupó de hacerla sabía que varios de los presentes en la reunión expulsaban demonios de creyentes. ¿Qué pensaba yo de esa práctica? Todo lo que yo estaba dispuesto a decir fue: “Hay muchas olas que nos llevan demasiado lejos de la costa”. Mi interlocutor insistió y yo repetí mi respuesta anterior. Este énfasis ha sido una ola que recorre periódicamente las congregaciones. Si fuese verdad, se convertiría en un fundamento, pero siempre parece ceder hasta que llega a la próxima ola. 
No estamos negando la realidad en cuanto a que la actividad de Satanás es real, ¡pero su poder fue quebrado por la obra de Cristo! ¡Una manera mucho más sencilla de tratar con el diablo es exaltar a Jesús! En el instante en que Cristo es exaltado –en ese preciso instante– se renuncia a Satanás y este es “bajado”. Ante esta explicación muchos señalan conmovidos: “Si usted hubiese visto lo que yo vi”. Lo he visto. Si debemos poner en tela de juicio nuestros pensamientos a fin de analizar la fuente, ¿no debiéramos también poner en tela de juicio alguna vez nuestras emociones, nuestras experiencias y lo que vemos? Un pasaje bíblico citado con frecuencia es
Deuteronomio 5.9: “[…], porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. Sin embargo, así eran las cosas con Dios antes; pero ahora ya no más. Estando aún vigente el antiguo pacto, Dios promete por medio de Jeremías que llegaría una manera nueva de tratar con el pecado y con los seres humanos (Jeremías 31.27-31). Eso se cumplió en el nuevo pacto, en su Hijo Jesucristo, de manera que ahora ya no estamos atados a pecados generacionales. El otro problema que trae el uso de este versículo para demostrar la posesión demoníaca por medio del linaje es que nadie sería libre. Toda persona sobre el planeta podría encontrar a un antepasado que no adoraba a Dios y que practicaba alguna forma de ocultismo. Satanás prefiere vernos perdiendo tiempo expulsándolo a él para que no invitemos a Cristo a entrar. La solución es vestirse con toda la armadura de Dios. ¿Por qué resulta más fácil creer que casi todo el mundo está influenciado por demonios, cuando tendría mucho más sentido –viendo que Cristo es infinitamente más poderoso– creer que si hubo alguna influencia cristiana en el pasado de alguien, esa persona y sus descendientes tendrían alguna dispensación especial? 
Si necesitamos estar constantemente en guardia ante la influencia del enemigo por medio de objetos inanimados, entonces los cristianos no tienen esperanza en países como la India, donde es casi imposible comprar comida, ropa o algún objeto material que en determinado momento no haya sido sacrificado a Satanás. Si aun para el engañado un ídolo no tiene poder, ¿cómo podría tener poder alguno sobre los elegidos? Frente a esto necesitamos mantener la actitud de Pablo: “Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios” (1 Corintios 8.4).
Una vez me preguntaron cuánto poder daba Satanás a sus seguidores. ¡La respuesta es nada! ¿Cómo puede una criatura menor dar algo a una criatura mayor? El hombre es mayor; por lo tanto, todo lo que Satanás puede dar es una mentira; y sin duda es experto en mentir. Muchos han cometido el error de no reconocer la obra de Satanás. Como discípulo celestial, reconozca la obra de él y luego reconozca la obra de Jesús, quien lo hizo caer del cielo, ¡y hago tabernáculo allí, en la obra de Cristo!

M.WELLS

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