ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

LA FE QUE MOLESTA

3:55Carlos C



Cuando uno llega a la condición en la cual está libre de preocupaciones, descubre que eso hace que otros se preocupen. No son muchos los que expresan su aliento ante una fe genuina. El discípulo de Cristo siempre alienta a otros a proceder conforme a su fe. Dios no da el poder para obedecer antes que comencemos, sino después que comenzamos, porque la obediencia siempre debe ser el resultado de la fe. Causa mucha consternación el ver a un creyente que comienza a avanzar por fe, sabiendo que el poder vendrá, y encontrar que luego otros le hacen cientos de preguntas para apartarlo de su decisión. Avanzar por fe mientras somos bombardeados por las preguntas de otros podría compararse con la acción de pedalear febrilmente cuesta arriba en una bicicleta de diez cambios, avanzando bien, y que de pronto el cambio se rompa y ya sin potencia en los pedales la bicicleta comience a retroceder. Resulta interesante señalar que la manera en la cual opera la fe es que Dios pone en nosotros un deseo antes de darnos la manera de cumplir ese deseo; y la fe no hace muchas preguntas. ¿Cómo formaré mi familia? ¿Cómo puedo completar la tarea asignada? ¿Cómo dirigiré el estudio bíblico? ¿Cómo puedo testificar a un miembro de la familia? ¿Cómo puedo dejar de mentir? ¿Cómo puedo alejarme de la tentación? Como el hombre que tuvo que extender su mano seca para que fuese sanada (Marcos 3.1-5), debemos primero proyectarnos en fe para poder ser fortalecidos. A menudo, el Señor pondrá el deseo –por ejemplo, de dedicarse a las misiones– muchos años antes de poner delante de nosotros las condiciones apropiadas. ¿Cuál sería el beneficio de hacerlo en el orden inverso? En una oportunidad visité a un hermano que había caído. Cuando me preparaba para despedirme, me dijo: “Pensé que sabía lo que usted iba a decir, pero no lo dijo”. Me reí y le dije: “¿Cómo podría usted saberlo? ¡Yo mismo no sabía lo que iba a decir!” Todo lo que sabía era que debía ir; no hubo poder ni palabra del Señor hasta que fui.
Alrededor de veinte años atrás leí el testimonio de un hombre que había sido un gángster. Realizaba alguna acción criminal, regresaba a su casa, se embriagaba, golpeaba a su esposa y luego se quedaba dormido. Su esposa escapaba a la casa de sus padres y permanecía allí hasta que él se recuperaba y la amenazaba con lo que sucedería si no regresaba. Una noche, cuando regresó a casa después de cometer un crimen, su esposa lo recibió en la puerta con un rostro radiante, diciéndole que había encontrado a Jesús. Al oír eso la golpeó, se embriagó y se fue a dormir. A la mañana siguiente se despertó cuando alguien le tironeaba la camisa; abrió los ojos y frente a él, con sus ojos amoratados, estaba su esposa, sonriente y sosteniendo la bandeja del desayuno que ella le había preparado. El hombre se quebró y entregó su vida a Cristo. Más adelante diría risueñamente: “¡Ella sí que supo jugar sucio!” Ahora bien, usted podrá preguntar: “ ¿puede ser que usted esté sugiriendo que una mujer debe quedarse en un lugar donde sabe que será golpeada?” ¡De ninguna manera! Lo que estoy sugiriendo es que si una persona siente por fe que el Señor quiere que permanezca y sea golpeada, ¡yo no la desalentaré! Haré todo lo posible por alentarla. Piense dónde estaría la iglesia de los primeros tiempos si después que Pablo recibiera varias golpizas, todos los creyentes incrédulos lo hubiesen persuadido para que se quedase en casa. Pablo tuvo la fe para ir, de modo que eso era lo que debía hacer. “[…] un profeta llamado Agabo […], tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles” (Hechos 21.10-11). He conocido mujeres que esperaron dos meses, dos años o veinte años el regreso de sus esposos, y todo el tiempo sus amigas les decían: “Él no se lo merece; ¡piensa en ti, en lo que tú vales! Necesitas continuar con tu vida; no merecías ser tratada de esa manera”. Pero Jesús les estaba diciendo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15.13). Es que la fe a menudo parece hacer que algunas personas se sientan molestas. Más de un esposo ha sido el blanco de la ira de sus suegros cristianos cuando supieron que llevaba a la hija de ellos al campo misionero. La fe puede ser ofensiva a los ojos de otros, pero es estable. No dejará a una persona bamboleándose como un náufrago en el mar, porque tiene su fundamento en Jesús. 
La vida de fe no es una carga, sino la manera más relajada en que es posible vivir. “Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mateo 6.28-32). La fe es fácil de vivir.  En el libro de C.S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, el diablo mayor dice: “Nada está naturalmente de nuestro lado”. Es cierto, porque Satanás necesita tomar todo lo que ha sido creado por Dios y en alguna forma distorsionarlo para hacerlo malo. Requiere mucho esfuerzo hacer que un cuchillo se corte a sí mismo; siguiendo la analogía, el enemigo necesita de algún modo hacer que el amor se dañe a sí mismo con la lujuria o la concupiscencia, que el entendimiento se pervierta para convertirse en orgullo, y aun hacer que la predicación del evangelio vivo de Jesucristo se vuelva ineficaz al convertirse en una forma de autoexaltación. No importa cuánto esfuerzo ponga el enemigo para engañarnos, el pecado nunca deja un buen sabor al final; ¿y cómo podría ser de otra manera? Cuando pecamos, actuamos contra nuestra propia naturaleza que ha sido creada por Cristo y es sustentada por Él. La mentira, la impureza y el egocentrismo nunca ayudan a una persona a encariñarse con la que ve en el espejo. La Biblia no habla en broma cuando dice que “el camino de los transgresores es duro” (Proverbios 13.15). ¡La obediencia es felicidad! 
La obediencia debe estar enraizada en la fe, nunca en la ley. El discípulo podría intentar agradar a Dios por medio de la ley o de la gracia, pero debido a la debilidad del hombre, la gracia es la única opción viable. La ley seguirá exigiendo ser cumplida, mientras que la gracia da, y pide únicamente ser recibida. Alabado sea Dios, nadie es demasiado débil para recibir. Todas las interacciones con los demás en la vida enseñan la ley. Por lo tanto, en la mente y la experiencia del ser humano la ley arranca con ventaja. De modo que quizá tan pronto como un creyente oye una lección sobre la gracia, su mente pone la enseñanza sobre un vagón para transporte de
mineral en bruto, la transporta por una pequeña vía férrea hasta el ingreso de la “fábrica de ley” y –después de algunos virajes y reelaboraciones– sale de allí como ley. La carne puede tomar cualquier enseñanza de gracia y convertirla en ley. Los Diez Mandamientos no son ley; ¡son vida! Son promesas de lo que sería la vida con Dios; sin embargo, la fábrica de ley transforma a lo más sublime y mejor en ley, simplemente porque cada fuerza de las tinieblas sabe que la ley esclaviza en tanto que la gracia y la fe agradan a Dios.

M Wells

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