Cuando uno llega a la condición en
la cual está libre de preocupaciones, descubre que eso hace que otros se
preocupen. No son muchos los que expresan su aliento ante una fe genuina. El discÃpulo de Cristo siempre alienta a otros a proceder
conforme a su fe. Dios no da el poder para obedecer antes que comencemos, sino
después que comenzamos, porque la obediencia siempre debe ser el resultado de
la fe. Causa mucha consternación el ver a un creyente que comienza a avanzar
por fe, sabiendo que el poder vendrá, y encontrar que luego otros le hacen
cientos de preguntas para apartarlo de su decisión. Avanzar por fe mientras
somos bombardeados por las preguntas de otros podrÃa compararse con la acción
de pedalear febrilmente cuesta arriba en una bicicleta de diez cambios,
avanzando bien, y que de pronto el cambio se rompa y ya sin potencia en los pedales
la bicicleta comience a retroceder. Resulta interesante señalar que la manera
en la cual opera la fe es que Dios pone en nosotros un deseo antes de darnos la
manera de cumplir ese deseo; y la fe no hace muchas preguntas. ¿Cómo formaré mi
familia? ¿Cómo puedo completar la tarea asignada? ¿Cómo dirigiré el estudio
bÃblico? ¿Cómo puedo testificar a un miembro de la familia? ¿Cómo puedo dejar
de mentir? ¿Cómo puedo alejarme de la tentación? Como el hombre que tuvo que
extender su mano seca para que fuese sanada (Marcos 3.1-5), debemos primero
proyectarnos en fe para poder ser fortalecidos. A menudo, el Señor pondrá el
deseo –por ejemplo, de dedicarse a las misiones– muchos años antes de poner
delante de nosotros las condiciones apropiadas. ¿Cuál serÃa el beneficio de
hacerlo en el orden inverso? En una oportunidad visité a un hermano que habÃa
caÃdo. Cuando me preparaba para despedirme, me dijo: “Pensé que sabÃa lo que
usted iba a decir, pero no lo dijo”. Me reà y le dije: “¿Cómo podrÃa usted
saberlo? ¡Yo mismo no sabÃa lo que iba a decir!” Todo lo que sabÃa era que
debÃa ir; no hubo poder ni palabra del Señor hasta que fui.
Alrededor de veinte años atrás leÃ
el testimonio de un hombre que habÃa sido un gángster. Realizaba alguna acción
criminal, regresaba a su casa, se embriagaba, golpeaba a su esposa y luego se
quedaba dormido. Su esposa escapaba a la casa de sus padres y permanecÃa allÃ
hasta que él se recuperaba y la amenazaba con lo que sucederÃa si no regresaba.
Una noche, cuando regresó a casa después de cometer un crimen, su esposa lo
recibió en la puerta con un rostro radiante, diciéndole que habÃa encontrado a
Jesús. Al oÃr eso la golpeó, se embriagó y se fue a dormir. A la mañana
siguiente se despertó cuando alguien le tironeaba la camisa; abrió los ojos y
frente a él, con sus ojos amoratados, estaba su esposa, sonriente y sosteniendo
la bandeja del desayuno que ella le habÃa preparado. El hombre se quebró y
entregó su vida a Cristo. Más adelante dirÃa risueñamente: “¡Ella sà que supo
jugar sucio!” Ahora bien, usted podrá preguntar: “ ¿puede ser que usted
esté sugiriendo que una mujer debe quedarse en un lugar donde sabe que será
golpeada?” ¡De ninguna manera! Lo que estoy sugiriendo es que si una persona
siente por fe que el Señor quiere que permanezca y sea golpeada, ¡yo no la
desalentaré! Haré todo lo posible por alentarla. Piense dónde estarÃa la
iglesia de los primeros tiempos si después que Pablo recibiera varias golpizas,
todos los creyentes incrédulos lo hubiesen persuadido para que se quedase en
casa. Pablo tuvo la fe para ir, de modo que eso era lo que debÃa hacer. “[…] un
profeta llamado Agabo […], tomó el cinto de Pablo, y atándose los
pies y las manos, dijo: Esto dice el EspÃritu Santo: Asà atarán los judÃos en
Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los
gentiles” (Hechos 21.10-11). He conocido mujeres que esperaron dos meses, dos
años o veinte años el regreso de sus esposos, y todo el tiempo sus amigas les
decÃan: “Él no se lo merece; ¡piensa en ti, en lo que tú vales! Necesitas
continuar con tu vida; no merecÃas ser tratada de esa manera”. Pero Jesús les
estaba diciendo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por
sus amigos” (Juan 15.13). Es que la fe a menudo parece hacer que algunas
personas se sientan molestas. Más de un esposo ha sido el blanco de la ira de
sus suegros cristianos cuando supieron que llevaba a la hija de ellos al campo
misionero. La fe puede ser ofensiva a los ojos de otros, pero es estable. No
dejará a una persona bamboleándose como un náufrago en el mar, porque tiene su
fundamento en Jesús.
La vida de fe no es una carga, sino
la manera más relajada en que es posible vivir. “Y por el vestido, ¿por qué os
afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió asà como
uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa
en el horno, Dios la viste asÃ, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca
fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos,
o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero
vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mateo
6.28-32). La fe es fácil de vivir. En el
libro de C.S. Lewis, Cartas del diablo a
su sobrino,
el diablo mayor dice: “Nada está naturalmente de nuestro lado”. Es cierto, porque
Satanás necesita tomar todo lo que ha sido creado por Dios y en alguna forma
distorsionarlo para hacerlo malo. Requiere mucho esfuerzo hacer que un cuchillo
se corte a sà mismo; siguiendo la analogÃa, el enemigo necesita de algún modo
hacer que el amor se dañe a sà mismo con la lujuria o la concupiscencia, que el
entendimiento se pervierta para convertirse en orgullo, y aun hacer que la
predicación del evangelio vivo de Jesucristo se vuelva ineficaz al convertirse
en una forma de autoexaltación. No importa cuánto esfuerzo ponga el enemigo
para engañarnos, el pecado nunca deja un buen sabor al final; ¿y cómo podrÃa
ser de otra manera? Cuando pecamos, actuamos contra nuestra propia naturaleza
que ha sido creada por Cristo y es sustentada por Él. La mentira, la impureza y
el egocentrismo nunca ayudan a una persona a encariñarse con la que ve en el
espejo. La Biblia no habla en broma cuando dice que “el camino de los
transgresores es duro” (Proverbios 13.15). ¡La obediencia es felicidad!
La obediencia debe estar enraizada
en la fe, nunca en la ley. El discÃpulo podrÃa intentar agradar a Dios por
medio de la ley o de la gracia, pero debido a la debilidad del hombre, la
gracia es la única opción viable. La ley seguirá exigiendo ser cumplida,
mientras que la gracia da, y pide únicamente ser recibida. Alabado sea Dios,
nadie es demasiado débil para recibir. Todas las interacciones con los demás en
la vida enseñan la ley. Por lo tanto, en la mente y la experiencia del ser
humano la ley arranca con ventaja. De modo que quizá tan pronto como un
creyente oye una lección sobre la gracia, su mente pone la enseñanza sobre un
vagón para transporte de
mineral en bruto, la transporta por una pequeña vÃa
férrea hasta el ingreso de la “fábrica de ley” y –después de algunos virajes y
reelaboraciones– sale de allà como ley. La carne puede tomar cualquier
enseñanza de gracia y convertirla en ley. Los Diez Mandamientos no son ley;
¡son vida! Son promesas de lo que serÃa la vida con Dios; sin embargo, la
fábrica de ley transforma a lo más sublime y mejor en ley, simplemente porque
cada fuerza de las tinieblas sabe que la ley esclaviza en tanto que la gracia y
la fe agradan a Dios.
M Wells
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