ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

EL CRISTIANO Y LOS MILAGROS

4:06Carlos C


Los creyentes a menudo anhelan lo sobrenatural. Esta conducta es comprensible, ya que a muchos se les ha enseñado, encubiertamente, que el sello de la aprobación de Dios es su respuesta sobrenatural a nuestras actividades diarias. Que Dios continuamente obre en maneras sobrenaturales en nuestras cosas personales es señal de que somos especiales y no meros puntos en el planeta. Aquellos que se manejan con la teoría que acabo de señalar creen, y en algunas ocasiones hasta dicen, lo siguiente: “¡Dios me tuvo en cuenta! Soy importante, tengo valía y una identidad”. “Dios me buscó. Yo no tenía en mis planes casarme, ser un pastor, o mudarme a otro lugar. Simplemente dije: ‘¡Dios, si tú me necesitas tendrás que venir a buscarme!’ Y Dios me habló; me visitó, cambió la dirección de mi vida”. En otras palabras: “Soy especial; Él me necesita; me busca de manera sobrenatural”. Este énfasis hace que los “menos afortunados” digan cosas como las siguientes: “Dios no me tiene en cuenta; no me presta atención, no se interesa por mi vida ni obra en ella”. “Supongo que no reúno las condiciones; nunca seré lo suficientemente bueno” o, “Ya no confiaré en Dios; permitió que mi esposa muriera de cáncer, que mi hijo se rebelara, que mi hija quedara embarazada de soltera, que mi empresa quebrara, que mi matrimonio fuera un fracaso, o que mi ministerio se derrumbara”. Resumiendo, así es cómo funciona este sistema de creencias: ¡Dios bendice a los que ama y a los que son objeto de su venganza los alcanza el mal! De esta manera, la medida del amor y el interés de Dios por nosotros se demuestra en su actividad sobrenatural en la vida y en la comodidad y el bienestar que nos dispensa. El concepto es que las cosas buenas demuestran su agrado, en tanto que las malas revelan su desagrado.
Sostener esta clase de pensamiento es, ante todo, contrario a Dios; en segundo lugar es taoísmo; y tercero, es comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Este razonamiento coloca una increíble presión sobre los creyentes para que actúen y hablen en una manera que reclame la actividad sobrenatural de Dios. Nos sentimos bajo una gran exigencia, odiándonos a nosotros mismos por no hacer lo suficiente para cosechar el agrado de Dios y enojados con Él porque no nos tiene en cuenta. Nos desagrada la parcialidad que Dios manifiesta, pero nos odiamos a nosotros mismos por menospreciar a Dios y sentimos que debemos proteger su imagen, como así también la nuestra. 
Dejemos de lado ahora por un momento todo pensamiento relacionado con lo sobrenatural para centrar nuestra atención en otro aspecto, que es el obrar de Dios en el ámbito natural.  A menudo, cuando discipulo a un creyente desalentado le pregunto: “¿En algún momento en los últimos cinco años, en las últimas cinco semanas o quizá en los últimos cinco días, le sucedió que al leer la Biblia, escuchar un sermón o leer un buen libro, usted le dijo a Dios: ‘Te entrego mi vida. Quiero todo lo que es posible para un ser humano que te conoce. Quiero la vida espiritual profunda; quiero un matrimonio que funcione’?” Invariablemente el creyente dice “¡Sí!” A eso yo le respondo: “Bien, eso lo explica todo. Si usted quisiese permanecer en la comodidad y no sufrir cambios, Dios no estaría usando las cosas naturales de su vida para perfeccionar la respuesta a los deseos que usted expresó”.
¿Cuál es el objetivo de Dios para usted? Podemos leerlo en Mateo 5–7, las
Bienaventuranzas, el Sermón del monte, la vida de Cristo: ahora su vida. Todo lo que leemos allí es sobrenatural. Si usted ha intentado amar a un enemigo, sabe exactamente cuán sobrenatural es el éxito en esa empresa. Se necesita más actividad sobrenatural en la vida para acercarse y dar un beso al cónyuge que le ofendió, que la que sería necesaria para caminar sobre el agua. El Padre Celestial creó el mundo natural y puso al hombre dentro de él; todo lo natural que forma parte de nuestra experiencia a través de la mente, las emociones y el cuerpo tiene el propósito de producir dentro de nosotros lo sobrenatural. Lo natural da nacimiento a lo sobrenatural; lo sobrenatural no da nacimiento a lo sobrenatural. Los ángeles son, y siempre serán, ángeles; pero los hombres, hechos del polvo, que habitan sobre la tierra natural, ¡pueden convertirse en hijos de Dios! ¿Sobrenatural? ¡Ya lo creo! Explicar el proceso de permitir que lo natural nos haga sobrenaturales es, en cierta forma, como describir el hecho de dar a luz un bebé; no se llega a comprender en realidad hasta que se convierte en la experiencia propia. 
Pasamos por la experiencia natural de no tener dinero, no tener trabajo y no tener esperanzas a la vista. Esto nos lleva a poner nuestros ojos en Aquel cuya presencia nos hace percibir la verdadera riqueza de la cual participamos. Inmediatamente podemos sentirnos distendidos, habiéndose disipado el peso que había sobre nuestro corazón respecto de las finanzas en medio de un mundo afligido. ¡Sobrenatural!
Desarrollamos emociones fuera de control como resultado de observar a un gobierno tomar decisiones que nos resultan insoportables. Primero intentamos cambiar la carne en el poder de la carne; después nos sentimos desalentados; finalmente describimos de manera elocuente las incoherencias que vemos; y por último oramos. Su presencia nos conforta, su poder nos llena de certeza y su amor nos trae esperanza. Sabemos que todo pasa por las manos de nuestro amoroso Padre, de modo que descansamos, confiamos y nos ocupamos de la verdadera misión; vivimos sobrenaturalmente en un mundo que se derrumba. 
Cada noche, los servicios de noticias nos informan de alguien, en alguna parte, que es abusado, y eso nos deja con una mezcla de impotencia y negativismo. El negativismo podrá ser apropiado para el mundo, pero hace decaer el espíritu del creyente que ha sido hecho para amar a Dios y la vida que Él da. Nos acercamos al Señor para ser cada uno de nosotros un positivo en un mundo negativo. Experimentamos al mayor positivo que existe, Jesús, y nos convertimos en luz en el mundo. 
En la India se cuenta el caso de un hombre cuyo único hijo sufrió una fractura en su pierna y no podía ayudar en el trabajo del campo. Todos decían a este hombre: “Eso es malo”. El anciano respondía: “Quizá sea bueno o quizá sea malo; solo Dios lo sabe”. El día siguiente el ejército reclutó a todos los hombres jóvenes que había en la aldea para llevarlos a un combate en el cual todos murieron, pero el hijo de este hombre no fue reclutado a causa de la fractura de su pierna. Ahora todo el mundo tenía una opinión unánime: “Fue bueno que su hijo se hubiera fracturado”. El hombre respondió nuevamente: “Quizá sea bueno o quizá sea malo; solo Dios lo sabe”. El relato continúa pasando por diversas circunstancias, pero su enseñanza es clara. Al comienzo de un hecho no tenemos la menor idea de cuál pudiera ser su propósito; el final del suceso natural es a menudo la acción sobrenatural de Dios.
Lo bueno y lo malo suceden, pero no constituyen las señales del agrado o el desagrado de Dios. El obrar sobrenatural de Dios en la vida de los creyentes exige que todo se desarrolle en el ámbito de lo natural. Debemos guardar silencio hasta ver el final. No saltamos a conclusiones inmediatas cuando vemos problemas en una familia, en una relación, en la salud o en las finanzas. Dios siempre está obrando en el ámbito de lo natural. Esta no es una contradicción de lo que se enseña en Salmos y en Deuteronomio, porque sabemos que la obediencia trae bendición y la desobediencia maldición. Cuando permanecemos en Él, el mundo pretende de muchas maneras hacernos creer algo diferente. Sin embargo, el libro de Job disipa cualquier concepto erróneo en cuanto a que cuando algo malo sucede a un hombre bueno quiere decir que, en realidad, la persona es mala. Tampoco los fracasos de otros que están cerca de nosotros significan que la vida los está juzgando. Puede significar que Dios esté obrando para producir el bien aun en circunstancias que podríamos calificar como malas. Los amigos de Job llegaron a una conclusión errónea. La maravilla de nuestro Dios es que Él “[…] dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito” (Romanos 8.28, NVI).

Los milagros que se producen en la vida del discípulo celestial son mucho más significativos que los milagros espectaculares que se promueven desde los púlpitos. Moisés realizó milagros que los magos de Faraón pudieron reproducir. Los milagros de los creyentes son imposibles de reproducir. Ningún incrédulo ni integrante de sectas podrán imitarlos. En mis viajes por todo el mundo y al interactuar con una diversidad de religiones, nunca he oído que alguien diera testimonio de esta clase de milagros; y es lamentable que estos milagros sean experimentados por muchos y reconocidos por pocos, ya que llevan mucha gloria a Dios y son irrefutables. Son milagros que únicamente un discípulo celestial experimentará e incluyen cosas tales como las siguientes. Una hermana en Cristo perdonó a su esposo por haber tenido una aventura. Un abuelo dijo: “Cuando mi esposa murió yo sentía soledad, pero nunca estaba solo; Dios llenó el vacío”. Un hombre destruyó su familia y su vida por su adicción al alcohol, pero un día puso su fe en Cristo. Muchos años después, recibió un llamado telefónico de una hija que él nunca supo que existía. Al cabo de una larga búsqueda, ella lo había encontrado. La mujer era cristiana y Dios le había dicho que no abandonara la búsqueda. Lo que el hombre había perdido le fue dado como un regalo. El problema de la drogadicción había separado a un joven de su padre. El padre desistió de su antagonismo y le entregó el control de la situación a Dios. Hoy el hijo está en el ministerio. Un hermano esclavizado por la homosexualidad tuvo un encuentro con Cristo; ¡hoy es libre! Un médico fue descortés con un paciente que lo llamó a medianoche. El paciente intentó hacer que el doctor perdiese su licencia. Antes de que el asunto llegara al juez, el paciente aceptó a Cristo, fue a ver al doctor y se reconciliaron, despidiéndose con lágrimas de gozo. Un hombre se suicidó y su hermano, al saberlo, entregó su vida a Cristo. ¿Todos milagros? ¡Estoy convencido que sí! Estos son milagros que producen un efecto duradero en la vida. Deje de comparar su forma de vida con las experiencias espectaculares. Cada día es un milagro significativo en Él, algo singular y exclusivo de cada creyente, porque lo natural nos hace sobrenaturales. 
M. WELLS 

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