Para muchos es familiar la
ilustración del puente: Dos acantilados están separados por un abismo (pecado);
en un acantilado está el hombre, en el otro está Dios, y Jesús es el puente que
une lo que antes estaba separado. Sin embargo, por lo general al cabo de unas
pocas semanas de su conversión, los creyentes olvidan que Jesús es el puente y
comienzan a construir uno propio.
Un pastor hasta llegó a decirme: “El mensaje de
gracia finaliza cuando un pecador camina hacia el altar”. Muchos comienzan a
creer que Dios los apoya únicamente cuando leen, oran o tienen un tiempo
devocional. Han construido un puente a Dios sobre la base de algo que no es
Jesús. Algunos construyen un puente con su propia conducta, sintiéndose
aceptados porque no fuman, no beben, no tienen vicios y tampoco se juntan con
personas que sà los tienen o que hacen esas cosas. Cualquier otro puente es
otro camino, no el Camino. Algunos
creen que en tiempos de crisis les ayudará el hecho que, como resultado de una
gran disciplina, piensan, hablan y actúan correctamente; ¡hay otro puente que
necesita dinamitarse! Los creyentes “constructores de puentes” son fáciles de
identificar al observar sus rostros cuando Dios dinamita sus puentes. Me gusta
observar a los creyentes cuando fracasan; quiero ver si inmediatamente ocupan
su lugar delante del trono de la gracia o si se recluyen, se deprimen y les
resulta imposible realizar una petición con confianza. Como discÃpulos
celestiales, no construimos puentes, porque tenemos al Único, Jesús, como
nuestro puente para toda la eternidad. Si sucumbimos a la tentación de
construir uno, Dios, por amor, dinamitará la imitación para obligarnos a volver
al original. Recuerdo a un hermano que habÃa sufrido un fracaso moral y estaba
proclamando que Dios se habÃa apartado de él. Lo miré y le dije: “Hermano, su
problema es que usted sufre de justicia propia”. HabÃa cometido el error común
de creer que era aceptable para Dios en tanto y en cuanto su conducta nunca
cayera por debajo de cierto nivel. HabÃa determinado un patrón que no tenÃa
como base a Jesús y habÃa construido un puente; y Dios le habÃa permitido caer
para que nuevamente pudiera afirmarse solo en Cristo y no en su rectitud
autoproclamada. “En [Cristo], mediante la fe, disfrutamos de libertad y
confianza para acercarnos a Dios” (Efesios 3.12, NVI).
Nuestro acceso es por la fe en el único puente, que
es Cristo.
M.WELLS
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