“Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito
todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de
Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la
promesa del EspÃritu” (Gálatas 3.13-14).
La ley enseña que podemos caminar
con Dios como resultado de (a) una gran fortaleza personal y mucha lucha, (b)
por la determinación de la mente, voluntad y emociones y (c) por la
canalización de todo talento y capacidad. La gracia enseña que por el esfuerzo
de Dios, Él camina con nosotros. Dios desea caminar con nosotros y hay solo una
cosa que lo impedirá: Los esfuerzos del hombre, la ley. Dios es quien nos
busca. “Cuando el dÃa comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios
andaba recorriendo el jardÃn; entonces corrieron a esconderse entre los
árboles, para que Dios no los viera. Pero Dios el SEÑOR llamó al hombre y le dijo:
–¿Dónde
estás? (Génesis 3.8-9, NVI).
Hoy, yo preguntarÃa: “¿Dónde
estás?” “¿Dónde está usted?” ¿Está escondido porque el tratar de obedecer la
ley le ha hecho sentirse indigno de que Él camine con usted? El deseo del Señor
es caminar junto a usted al aire del dÃa. Sin embargo quizá usted está
esperando cumplir con una cantidad de “requisitos” a fin de calificar para
caminar con Él. No será el cumplimiento de la ley lo que le hará santo y digno
del compañerismo del Señor; ¡Cristo hizo eso! Es el caminar de Él junto a usted
que lo hará santo, justo y libre. ¡Existe solo una manera de obtener vida
abundante y todo intento de hacerlo por medio del esfuerzo propio está
destinado al fracaso!
Las obras de la fe –en contraposición
con las obras de la ley– nos permiten entrar al ámbito celestial en tanto que
vivimos sobre la tierra. ¡Las obras de la ley proporcionan la experiencia del
infierno sobre la tierra! La fe sin obras es muerta; sin embargo, Santiago
habla de las obras que son fruto de la fe y no del cumplimiento de la ley ni de
su obediencia a ella por medio del esfuerzo personal. La ley hace nula la
gracia. El concepto del perdón por la fe es más fácil de comprender que el de
vivir de manera celestial por la fe; y sin embargo, está comprobado una y otra
vez que la vida de Cristo no se puede imitar por medio de nuestro esfuerzo,
sino que sólo es posible participar de
ella por medio de la fe.
Si el vivir de manera celestial no
era algo accesible al hombre por medio de su esfuerzo personal antes de su nuevo nacimiento en Cristo,
¿qué nos hace pensar entonces que podrÃa alcanzarse después de ese hecho? Muchos lo han intentado y un igual número ha
fracasado. Esta conducta ha conducido a la enseñanza que somos mÃseros pecadores
salvados por gracia y que esperan el cielo. Esta enseñanza se hace creÃble
porque cuenta con el respaldo de nuestra propia experiencia; a través de
nuestro esfuerzo (no importa cuán correcto haya sido) ¡no hemos podido vivir
una vida celestial! Pero debemos preguntar por qué. ¿Es que no hemos puesto
suficiente empeño en ser como Él? ¿Es a causa de nuestro cuerpo fÃsico? ¿Es
quizá solo por la naturaleza del mundo en el cual vivimos? ¿O es que hemos
procurado poseer como fruto de la ley lo que Dios da al hombre únicamente como
fruto de la fe? El ser salvados diariamente del cuerpo en el cual vivimos, del
mundo en el cual andamos y de las circunstancias amargas es un regalo que
recibimos como fruto de la fe. Recuerde que si el pecado, Satanás o su cuerpo,
el mundo, las circunstancias, la mente, la voluntad o las emociones fuesen
mayores que nuestro nuevo EspÃritu –el EspÃritu que recibimos de Él– entonces
el propio Jesús habrÃa sido derrotado. Por el contrario, venció todo y da
libremente de su EspÃritu a todos los que se lo piden con fe. El problema no es
que los creyentes no sepan lo suficiente (desde ya, no están haciendo todo lo
que saben) ni que no se esfuercen o no lo deseen lo suficiente. El problema es
que no creemos que el caminar de Cristo junto a nosotros nos mejorará. No
obstante, al llamar Él a los discÃpulos, al proveer para sus necesidades, al
enseñarles personalmente, al ministrar y caminar con ellos, efectivamente
mejoraron. Una vez más, ¿nos hemos propuesto mejorar con el fin de ganar al
Hijo? ¿o es el Hijo nuestra mayor ganancia y Aquel que nos mejorará? El discipulado terrenal nos enseña cómo deberÃamos
mejorar, deja nuestros ojos puestos sobre nosotros mismos mientras luchamos con
las obras de la ley y nos deja perfectamente sin cambios. Si el creyente es lo
que muchos piensan:
“un mÃsero pecador que va al cielo” (un concepto que
la Biblia no avala), ¿entonces qué posibilidades tiene este mismo mÃsero
pecador de vivir una vida celestial sobre la tierra o de imitar al Hijo de
Dios? ¿Es de sorprenderse que tantos se hayan dado por vencidos? El hombre sin
Cristo está incuestionablemente en un estado de depravación. Pero decir que un
creyente renacido está en esta misma condición serÃa algo contrario a la
Biblia, una expresión de incredulidad y una justificación propia; porque cuando
en la Biblia se habla del tema de la depravación, queda perfectamente claro que
esta no es la condición de un creyente. La depravación de la carne del hombre
(entendiendo por “carne” el control del ser del hombre por algo que no es
Cristo) será una constante, porque la carne del hombre no puede agradar a Dios.
Sin embargo, la depravación del espÃritu de Adán es sustituida por la santidad
del EspÃritu de Cristo y este reemplazo es un absoluto. Visto que el creyente
puede o bien caminar en la carne o en el EspÃritu de Cristo revela que el
cristiano tiene la opción de caminar en depravación, ¡pero caminar en el
EspÃritu libera al creyente de ese estado de corrupción! Enseñar la depravación
del creyente al mismo tiempo que se enseña la manera de vivir la vida cristiana
es absurdo. ¿Cómo podemos corregir, subsanar la depravación? ¿Y qué se obtiene
con eso? Esto es discipulado terrenal en su peor versión, porque deja al
creyente doblemente expuesto al infierno diario que ya experimenta. Es en el
hacer de Cristo el centro de atención de nuestra vida, es en su caminar con
nosotros y es por medio de las obras de la fe en la vida de Él –una vida que
vivió victoriosamente sobre la tierra– que somos más que vencedores.
¿Por qué es tan sencilla la vida
cristiana? ¿Por qué habrÃa de centrarse en las obras de la fe? ¿Por qué será
que el solo hecho de hacer de Jesús el objetivo y el centro de atención de la
vida proporciona tanta abundancia? Es porque el hombre no puede, en una condición
saludable, pensar en dos cosas al mismo tiempo. Cuando se intenta una
concentración múltiple, el hombre se vuelve en algunos aspectos como un
esquizofrénico, dividido e ineficaz. Por lo tanto, necesitamos concentrarnos en
una cosa y reducir nuestras elecciones a dos temas: el yo o Cristo. Dios ha
puesto en una sola cosa todo lo que necesitamos, y eso es Cristo, de modo que
al hacer de él nuestro centro de atención estaremos saludables. En el
transcurso de miles de horas de discipulado, nunca he encontrado a una persona
que estuviera inmersa en el análisis de las miles de combinaciones y
manifestaciones que es capaz de presentar la carne del ser humano, y que fuera
feliz. Sin embargo, la paz emana de aquellos que han hecho de Cristo su centro
de atención. El discipulado celestial utiliza cada ocasión, problema, fracaso
personal, circunstancia, necesidad o situación de ansiedad y depresión para
encaminar a una persona a Cristo. Al hacer de Él el centro de atención, todo lo
demás parece extrañamente más borroso y vago, y la conciencia de que un
creyente es más que un vencedor se convierte en una realidad. El discipulado
terrenal no tiene como su meta a Cristo; su meta es el entendimiento, la
resolución de conflictos, la reducción de la ansiedad, la conducta mejorada de
un ser amado o la liberación de un pecado desconcertante. El resultado final
–aunque resulte atractivo para la carne débil del hombre, que nunca abandonará
su deseo de ser Dios– es una persona “bien ajustada” pero sin Cristo. ¿Podemos
decir que se trata de una mejora genuina?
Es necesario determinar la meta del discipulado. ¿Es
Cristo o algo que huele a la carne?
Aun el mejor de los programas de discipulado puede
comenzar bien pero terminar en la carne.
Por ejemplo, ¿cuál es el propósito de la memorización
de pasajes bÃblicos y por qué a menudo se le asigna mucha importancia? Jesús
señaló claramente: “Ustedes estudian con diligencia las Escrituras porque
piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio
en mi favor!” (Juan 5.39, NVI). No obstante, a partir del hincapié hecho en
muchos programas de discipulado, uno podrÃa preguntarse si el hombre podÃa
conocer a Dios o ser salvo antes del advenimiento de la imprenta. ParecerÃa que
aunque Cristo fue enviado para acercar al hombre a Dios (el tema de Hebreos),
¡esta meta no se alcanzó hasta que la Biblia fue impresa! Que si algún alma
desafortunada llegara a perder su Biblia, inmediatamente cesarÃa de crecer en
Cristo. Que el efecto de llevar una Biblia a los perdidos tiene la misma
importancia que llevarles a Cristo. Que la capacidad para transmitir la Palabra
de Dios es lo mismo que la capacidad de irradiar Vida. Que no haya en esto
confusión: la Biblia es valiosa (2 Timoteo 3.16), pero algo no está bien cuando
un discÃpulo asiste a un seminario, oye a un maestro que disimuladamente se
glorÃa en su capacidad para recitar pasajes, ¡y luego se retira del seminario
sintiéndose condenado por un nuevo celo por memorizar! ¿Qué lugar ocupaba el
gloriarse en nuestras debilidades y en las fuerzas de Cristo? ¿Por qué muchos
que saben tanto aman tan poco? ¿Por qué vemos cabezas que están repletas y
corazones que están vacÃos? ¿Por qué es que el discÃpulo que “sabe” tanto
experimenta tan poca victoria sobre los sucesos insignificantes de la vida,
tales como una palabra áspera, la crÃtica, los que no están de acuerdo, la
competencia y la difamación? Es porque la carne prefiere conocer el libro más
que al Autor, porque el libro puede fortalecer la carne si se estudia con
deseos carnales, en tanto que el Autor la pondrá bajo su control. Un ejemplo de
la finalidad del discipulado terrenal es “morderse y devorarse unos a otros”.
La meta del discipulado celestial es sencilla y se la define simplemente como
“Cristo”. En nuestra relación con Cristo, quince minutos en comunión con Él
producen sanidad divina, como resultado de lo cual no solo tiene sentido
perdonar, sino que el perdón es deseable y alcanzable, porque en su presencia
se halla la conexión con el poder para perdonar. Esta es una experiencia del
reino de los cielos.
En todo reino existe un conjunto
intangible de absolutos inherentes que están siempre presentes. Aunque en el
Nuevo Testamento Israel era en muchos aspectos autónomo, debÃa funcionar bajo
el paraguas del Imperio Romano y al mismo tiempo estar muy consciente de la
manera en la cual este reino afectaba cada aspecto de la vida diaria.
¡Creyente, el reino de Dios está en usted! Usted es siempre consciente de esto
porque afecta cada aspecto de su vida y el Rey es su soberano. Aunque usted
vive sobre la tierra, el reino de los cielos ejerce su influencia sobre usted y
trae a su mundo los principios del reino. Los que llevan a cabo las obras de la
fe experimentan los absolutos de este reino. Cada ley es dada con el propósito
de que vivamos de manera abundante y gozosa. Por ejemplo, se nos ordena amar a
nuestro cónyuge a pesar de su conducta, ¡porque al hacerlo, aquello que hace
más desdichada nuestra vida –el yo– recibe un golpe mortal! No es el cónyuge
discordante quien hace que la vida sea intolerable; es en realidad el yo que
quiere ser Dios, que busca adoración y que hace que la vida de una persona sea
esclava de los demás. ¡El mandato para amar a nuestros enemigos no es dado para
el beneficio de aquellos adversarios sino el nuestro, a fin de hacernos
felices! Porque al amar, debemos perder nuestro yo, bajarnos del trono y
arrodillarnos a los pies de Él; a sus pies nuestra alma recibe alimento, lo
cual no podrá suceder mientras nosotros nos mantengamos sobre el trono. Cuando
somos obedientes al Camino somos llenados hasta quedar satisfechos; este reino
de los cielos nos ha hecho felices sobre la tierra.
En una oportunidad mi pequeño hijo
regresó a casa con su nariz sangrando. Lógicamente, le pregunté qué habÃa
sucedido. Me contó que un muchacho mucho más pequeño que él lo habÃa golpeado
tres veces en la nariz. Yo estaba perplejo, porque mi hijo era un buen
boxeador. “¿No bloqueaste sus puños?” le pregunté. La respuesta fue: “No”.
“¿Entonces qué hiciste?” Esta vez la respuesta fue: “¡Le dije que podÃa venir a
mi casa para jugar en cualquier momento!” Una semana más tarde, mi hijo me
contó que estaba confundido con respecto a la conducta del muchacho que lo
habÃa golpeado. Me dijo: “El chico ha dicho a todos los demás que me dio una
paliza. Sin embargo, cuando ve que me acerco a él, cruza al otro lado de la
calle y se esconde como si yo hubiese sido el que le dio una paliza”. Cuando
obedecemos los absolutos del cielo, como el caso de amar a nuestros enemigos,
la orden no es dada para beneficio de ellos sino de nosotros. Al amar,
controlamos a nuestros enemigos y somos libres. Inversamente, cuando procuramos
la venganza, o bien nos volvemos como nuestros enemigos o quedamos esclavos de
ellos. Los mandamientos del reino no nos harán aceptables a Dios –la obra de
Cristo nos hizo aceptables a Él– ¡pero los mandamientos nos harán felices y
libres! Amo los mandamientos, no porque sean ley sino porque son vida.
A menudo oÃmos a creyentes hablar
acerca de una pasión por Dios, pero cabe preguntarse: ¿La fuente de esta pasión
es terrenal o celestial? La fuente de gran parte de la pasión de los cristianos
por Dios es el intento de “devolverle” algo de lo que Él ha hecho, porque el
Señor hizo y hace mucho y nosotros hacemos muy poco. En otras palabras, Jesús
vino para que algún dÃa podamos ir al cielo, pero ahora tenemos que esforzarnos
para demostrarle nuestro reconocimiento. ¿Cuánto esfuerzo podrÃa considerarse
suficiente? Para otros, su pasión surge del concepto que Dios es grande y nosotros
somos gusanos, de modo que necesitamos hacer todo lo que podamos. Y aun otros
entienden que la pasión debe ser el resultado de construir y cumplir reglas y
preceptos. La genuina pasión proviene de la vida que hay dentro de nosotros y
que nos lleva a una relación que no tiene sus fundamentos en el desempeño, sino
en el amor.
Me gusta estar con Dios; para mÃ
no hay nada mejor. ¡A Él le gusta estar conmigo! “Yo soy de mi amado, y mi
amado es mÃo […]”; “[…], y su bandera sobre mà [es] amor” (Cantar de los Cantares
de Salomón 6.3 y 2.4). Y es cuando estoy con Él que la vida de su Hijo es
liberada en mÃ, haciendo que el cumplimiento de sus mandamientos sea algo
natural, placentero y un deleite incomparable.
Es el Señor quien nos busca y nos
habla: “[…] Heme aquÔ, “[…] Habla, porque tu siervo oye”, debe ser la
respuesta de todo aquel que busca al Señor (1 Samuel 3.4, 10).
¿Y a quién o quiénes está buscando Él? ¡A
todos los hombres! Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2.4). El esfuerzo no debe ser la fuente
de una relación; el esfuerzo está reservado para el cumplimiento de la ley. El
esfuerzo realizado debe ser el de la fe. La relación tiene sus raÃces en el
amor, ¡y la fe sin obras es muerta! Esa verdad es la demostración, en acciones
concretas, de lo que creemos. La primera y principal acción de la fe es nuestra
dependencia activa de Dios; lo cual no es inactividad, como algunos quisieran
hacernos creer, porque sin esta actividad de suma importancia el creyente no
habrá de experimentar la vida de Cristo como su vida, el fluir natural del
fruto del EspÃritu (Gálatas 5.22-23), al Creador que todo lo provee, ni el
reino de los cielos.
M.WELLS
0 comentarios