VIDA EN EL REINO

CUANDO QUEDAMOS SOLOS

7:04Carlos C


En ciertas ocasiones, usted se encontrará solo. Puede tratarse de un tiempo de gran necesidad interior, durante el cual nadie viene en su auxilio. Podrá encontrarse luchando solo en defensa de la verdad en su lugar de trabajo, en su hogar o en la iglesia. Podrá sentirse rechazado después de testificar de su fe, o encontrarse falsamente acusado, sin una sola voz que se levante para defenderlo. Encontrarse solo no es una experiencia exclusiva.
Es posible asumir diferentes actitudes al encontrarse luchando solo. En primer lugar, uno puede actuar como Job, adaptándose a su crisis y sintiéndose cómodo en ella: “No puedo más. No quiero seguir viviendo. Déjame en paz, que mi vida es como un suspiro” (Job 7.16, DHH). La expectativa y la esperanza requieren que uno haga un esfuerzo, mientras que el pesimismo extiende su mano y ofrece su extraña amistad, brindando consuelo al decir a la persona cuán inteligente es al reconocer su desamparo.
En segundo lugar, podemos adoptar la actitud de Pablo en 2 Timoteo 4.14: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos”. Es decir, entender que otros son los causantes de nuestra aflicción, y que si no hubiera sido por ellos hoy seríamos felices. Así, uno podría consolarse pensando cuánto sufrirán los demás a causa del dolor que nos provocaron: nuestro nivel de dolor podrá ser diez, pero el de ellos será cien. Sin embargo, tengamos por cierto que esta actitud no dejará nuestro dolor en diez, sino que lo aumentará.
En tercer lugar, podemos tomar la actitud de enfrentar la situación solos, como hizo Jesús: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23.46). Cuando estamos solos, no habrá obstáculos entre nosotros y el Padre, como así tampoco ninguna otra voz u opinión más que la de Él. ¡En sus manos encomendamos nuestro espíritu! ¡En sus manos! ¿Lo imagina usted? Él creó al hombre con sus manos. Hizo milagros con sus manos. Sostuvo a su pueblo con sus manos. Nos libra del mal con sus manos. En esas manos encomendamos nuestro espíritu, en lugar de luchar solos. ¿Qué sucede luego? Nuestro yo egocéntrico da su último suspiro, pues no es posible estar en las manos de Él y al mismo tiempo vivir haciendo de nuestro yo el centro.

Una última consideración es que aunque usted se encuentre solo en su situación, nunca está solo. Existe una razón para que las personas se aparten de nuestro lado, de manera que no permita que se instale en usted la amargura. Las personas nos dejan con el único propósito que la presencia de Dios pueda ocupar ese lugar. ¡Dios jamás nos olvidará ni nos abandonará! 
M.W

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