En ciertas ocasiones, usted se
encontrará solo. Puede tratarse de un tiempo de gran necesidad interior,
durante el cual nadie viene en su auxilio. Podrá encontrarse luchando solo en
defensa de la verdad en su lugar de trabajo, en su hogar o en la iglesia. Podrá
sentirse rechazado después de testificar de su fe, o encontrarse falsamente
acusado, sin una sola voz que se levante para defenderlo. Encontrarse solo no
es una experiencia exclusiva.
Es posible asumir diferentes
actitudes al encontrarse luchando solo. En primer lugar, uno puede actuar como Job,
adaptándose a su crisis y sintiéndose cómodo en ella: “No puedo más. No quiero
seguir viviendo. Déjame en paz, que mi vida es como un suspiro” (Job 7.16,
DHH). La expectativa y la esperanza requieren que uno haga un esfuerzo,
mientras que el pesimismo extiende su mano y ofrece su extraña amistad,
brindando consuelo al decir a la persona cuán inteligente es al reconocer su
desamparo.
En segundo lugar, podemos adoptar
la actitud de Pablo en 2 Timoteo 4.14: “Alejandro el calderero me ha causado
muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos”. Es decir, entender que
otros son los causantes de nuestra aflicción, y que si no hubiera sido por
ellos hoy serÃamos felices. AsÃ, uno podrÃa consolarse pensando cuánto sufrirán
los demás a causa del dolor que nos provocaron: nuestro nivel de dolor podrá
ser diez, pero el de ellos será cien. Sin embargo, tengamos por cierto que esta
actitud no dejará nuestro dolor en diez, sino que lo aumentará.
En tercer lugar, podemos tomar la
actitud de enfrentar la situación solos, como hizo Jesús: “Entonces Jesús,
clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espÃritu. Y
habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23.46). Cuando estamos solos, no habrá
obstáculos entre nosotros y el Padre, como asà tampoco ninguna otra voz u
opinión más que la de Él. ¡En sus manos encomendamos nuestro espÃritu! ¡En sus manos! ¿Lo imagina usted? Él creó al
hombre con sus manos. Hizo milagros con sus manos. Sostuvo a su pueblo con sus
manos. Nos libra del mal con sus manos. En esas manos encomendamos nuestro
espÃritu, en lugar de luchar solos. ¿Qué sucede luego? Nuestro yo egocéntrico
da su último suspiro, pues no es posible estar en las manos de Él y al mismo
tiempo vivir haciendo de nuestro yo el centro.
Una última consideración es que
aunque usted se encuentre solo en su situación, nunca está solo. Existe una
razón para que las personas se aparten de nuestro lado, de manera que no
permita que se instale en usted la amargura. Las personas nos dejan con el
único propósito que la presencia de Dios pueda ocupar ese lugar. ¡Dios jamás
nos olvidará ni nos abandonará!
M.W
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