“Al oÃr estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron
de ira” (Lucas 4.28).
Jesús estaba dando algunos
ejemplos del Antiguo Testamento cuando, sin previo aviso, sus oyentes se
enfurecieron. ¿Tuvo usted alguna vez una experiencia similar, en la cual el
simple relato de algún suceso de su vida despertó el enojo de la persona con la
cual estaba hablando? Su intención nunca fue hacerla enfadar, y sin embargo,
por alguna razón, lo que usted dijo fue, en una escala de uno a diez, un uno
para usted pero un diez para él o ella. ¿Por qué? A menudo el corazón del ser
humano se encuentra atrapado en una telaraña invisible de cientos de hebras que
conducen a sucesos, ideas, heridas y percepciones del pasado. Inadvertidamente,
podemos decir algo que hace vibrar una de esas cuerdas invisibles, la cual puede
estar vinculada con algo más que el simple tema del cual creemos que estamos
hablando.
Imagine que delante de usted,
sobre la mesa, hay una taza unida a sus ropas por medio de un hilo que
únicamente usted puede ver. Si alguien llega a mover mÃnimamente la taza, el
hilo arrastrará su ropa y se la arrancará. Cuando una persona intente tomar la
taza, usted comenzará a gritarle por temor de lo que sucederá. Por supuesto,
esta reacción aparentemente absurda, tomará por sorpresa al que no tiene idea
de lo que ocurre.
Hay muchas palabras que, al
pronunciarlas, actúan sobre cuerdas invisibles unidas al corazón; palabras
tales como: casado, soltero, sufrimiento,
muerte, hijos, bendiciones materiales o doctrinas.
Cuando en el transcurso de una conversación observamos que ante lo que dijimos
se produce más bien una reacción que
una respuesta, debemos descubrir por
qué. Esposos y esposas adjudican a las palabras de su cónyuge motivaciones que
a menudo no existen. A veces el enfado es inevitable, pero si no contestamos a
una reacción con nuestra reacción,
sino que respondemos con el amor de Cristo, por lo general podemos descubrir la
razón por la cual las palabras afectaron tanto a la otra persona; y tendremos
mayores posibilidades de superar cualquier mala interpretación.
Un amigo mÃo suele decir: “Estoy
seguro de lo que estoy diciendo; de lo que no puedo estar seguro es de lo tú
estás oyendo”. Encontré que es valioso decir lo siguiente antes de realizar
alguna observación: “Antes de decir algo, primeramente deseo explicar lo que no
estoy diciendo. No estoy diciendo que usted es un inútil, un fracasado, que no
tiene remedio, que es un mal cónyuge, que es un necio, o que no ha crecido en
el Señor antes de hablar conmigo”.
Es importante que hablemos acerca
de las cuestiones reales, no de las que percibimos. Al escuchar, podemos
intercambiar opiniones en lugar de discutir.
m.w
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