Lucas 15.20 dice: “Y
levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y
fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”.
Todos conocemos la historia del
hijo menor, quien deseando librarse de las restricciones que sentÃa al vivir en
la casa de su padre, reclamó su libertad, partió a una tierra lejana,
desperdició todo y se encontró deseando al menos poder comer lo que comÃan los
cerdos. Podemos aprender algo de este padre. Permitió al hijo partir. ¡Lo
soltó! ¡Le permitió tocar fondo! Era un padre sabio, pues un hijo que se atiene
a las reglas solo por la fuerza se criará como un religioso, no como una
persona de fe. Religión es todo lo que podemos dar a un hijo al imponerle
valores desde afuera, mientras que una relación surge del interior para
expresarse luego externamente. Sin embargo, los hijos pueden equiparar la
exteriorización de la relación de un cristiano con una fuerza que se les
procura aplicar desde afuera, y pueden rebelarse. Desean evitar la batalla
entre la antigua naturaleza interior y la expresión de Cristo a su alrededor; y
huyen. El hijo observó la práctica de la fe de su padre y la interpretó como
restrictiva, lo cual, inevitablemente, ocurre con una persona cuando lo único
que tiene es la vida interior de Adán, y pretende manifestar la de Cristo. Una
vez que Cristo vive en nuestro interior, la manifestación es libre y natural.
El padre entregó al joven su
dinero y le permitió partir. En pocas palabras, el hijo dejó atrás la religión, para iniciar un camino que lo
llevarÃa a descubrir una relación.
Ansioso, el padre esperaba cada dÃa el regreso de su hijo, pues sabÃa que
cuando regresara, si regresaba, lo harÃa como un hombre transformado, libre del
conflicto que provoca la religión y listo para formar parte de la casa paterna.
Cuando el padre lo vio regresar sintió compasión, corrió hacia él y lo abrazó.
Este padre actuó de manera muy diferente de aquellos que nunca dejaron libres a
sus hijos rebeldes, para que aprendieran lo que es una relación. Cada vez que
el hijo llega, prevalecen el temor, la ira, la frustración y el conflicto.
Permita a su hijo partir y deje que el mundo le enseñe lo que usted no puede:
que únicamente una relación con Jesús puede traer paz. Cuando el hijo regrese
habrá alegrÃa y entusiasmo, no el desagrado de ver a alguien que está en
rebeldÃa contra la relación.
M.WELLS
M.WELLS
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