ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

FE Y PROBLEMAS

4:28Carlos C


El creyente puede desanimarse fácilmente al comparar su vida con la de un incrédulo. La comparación que produce desánimo es siempre la que se realiza en relación con aspectos externos. Existe una cierta disparidad, debido a que el incrédulo recibe hoy sus cosas buenas y el creyente está esperando sus cosas buenas. Creyente en Cristo, reciba usted hoy algo que nunca estará al alcance del incrédulo: paz interior, comunión y descanso. Muchos creyentes han cometido el error de pensar que ser un hijo de Dios significa bienestar material, buena salud y respeto por parte de los demás. Lo verdaderamente enigmático para el creyente, entonces, es encontrar que carece de lo mencionado mientras que el incrédulo pareciera ver cumplido todo deseo mundano. Si alguna vez observó algo así, sepa que no está solo.
           “Yo estuve a punto de caer, y poco me faltó para que resbalara. Sentí envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de esos malvados. Ellos no tienen ningún problema; su cuerpo está fuerte y saludable. Libres están de los afanes de todos; no les afectan los infortunios humanos” (Salmos 73.2-5, NVI). David realiza una observación objetiva: ¡A los malos les va mejor!
Hoy día el creyente está bombardeado con publicidades e imágenes de todo lo que
“tendría” que poseer; la tentación para comparar sus circunstancias propias con lo que los incrédulos poseen es mucho mayor. Después de mucho análisis, no pocos admitirán que tienen necesidades insatisfechas; poseen menos bienes, sufren a causa de enfermedades y sus luchas son mayores. Sin embargo existe una compensación, un equilibrio, porque al tener una vida libre de luchas materiales y físicas se generan en el alma del hombre cosas como orgullo, violencia, dureza de corazón, iniquidad, una mente malvada que no conoce límites, malicia, arrogancia, opresión, jactancia y, para remate, ¡una bocaza irrespetuosa! (Vea Salmos 73.6-11, NVI.)          ¿Quisiera usted ser libre de toda enfermedad y presión económica para vivir una vida fácil? Supongamos que delante de usted hay dos personas. Una es un incrédulo próspero que tiene un buen empleo, un cónyuge atractivo, hijos que viajan a la universidad en automóviles modernos y una casa nueva. La otra persona es un creyente que acaba de perder su trabajo, tiene un hijo rebelde, ha tenido que decir a sus hijos que la universidad no es posible para ellos, cada vez que va a usar su automóvil debe orar para que funciones y su cónyuge padece una enfermedad terminal. ¿Si pudiese elegir, cuál de ellas querría usted ser? ¡Sea honesto! ¿Cuál sería su elección? Sospecho que en determinado momento decidiríamos por la vida del incrédulo, o al menos trataríamos de llegar a una solución de compromiso. Nos gustaría aceptar a Jesús como Salvador y poder invocarlo en el futuro, pero mientras tanto vivir como el incrédulo. Aunque el sufrimiento del creyente lo libra de orgullo, violencia, dureza de corazón, iniquidad, una mente malvada, malicia, arrogancia, opresión, jactancia y una bocaza irrespetuosa, la apariencia y la atracción que ejerce la vida exterior próspera del incrédulo es demasiado grande, atractiva, irresistible y tentadora como para rechazarla. ¡Sabemos que debiéramos estar felices al tener a Cristo dentro de nosotros, pero no estamos satisfechos! ¿Cuál es la solución? ¿Qué puede hacer deseable la vida de un creyente? ¿Qué puede hacer que resulte atractivo el sufrimiento, una casa pequeña, la falta de seguridad en el empleo, la incertidumbre respecto del futuro y aun las luchas matrimoniales? ¡Una sola cosa!
           “Cuando traté de comprender todo esto, me resultó una carga insoportable, hasta que entré en el santuario de Dios; allí comprendí cuál será el destino de los malvados” (Salmos 73.16-17, NVI). Muchas tareas parecen no tener sentido hasta que se comienzan. A menudo había estudiantes que me decían que nunca iban a salir con chicas o muchachos ni casarse. Sin embargo, una vez que conocían a esa persona especial, se preguntaban por qué no habían decidido salir antes. He observado con atención a personas que, por el temor al rechazo, no quieren buscar un empleo; se quedan sentados en su casa deprimidos, deseando poder trabajar. Una vez que salen a buscar oportunidades, su semblante cambia inmediatamente. Muchos, por temor al fracaso no quieren estudiar, pero una vez que comienzan, el temor da paso a la esperanza y al deseo de realización. La experiencia demuestra repetidamente que una vez que estamos inmersos en un desafío personal, este comienza a tener verdadero sentido; a menudo el problema radica en el aspecto de involucrarse hasta el punto en que podamos ver la lógica de dónde estamos. Dígale a un drogodependiente que se le quitarán las drogas y observe cómo es presa del pánico. Sin embargo, una vez que está limpio, ya no controlado por las drogas y libre para elegir, la sabiduría de eliminar de su vida las drogas se hace obvia. Lo que quiero decir es que las cosas de Dios, los caminos de Dios, los deseos de Dios, la vida del creyente y todo lo que Dios da al que cree en Él no tienen sentido hasta que nos encontramos “inmersos” en el Señor. ¡David estaba perplejo hasta que entró al santuario! Este santuario del Antiguo Testamento no es el equivalente del edificio de la iglesia hoy día, sino que se refiere, concretamente, al corazón del creyente, el lugar de morada de Dios. Una vez que dirigimos nuestra atención a nuestro interior, a su Espíritu que mora en nosotros, y habitamos en su presencia, la vida que Él ha dado, la senda que transitamos y cualquier circunstancia adversa adquieren perfecto sentido. Hasta me animo a decir que los problemas nos hacen felices a la vez que nos hacen sentir especiales. “Yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús”, dijo Pablo con un espíritu gozoso en Gálatas 6.17. 
           Al recurrir a la presencia de Cristo dentro de nosotros momento a momento, ¡la vida en Él tendrá sentido! Hace al creyente feliz, le permite ser más que un vencedor, lo hace libre del poder del pecado y lo capacita para ser partícipe de todo lo que Él tiene. Al comparar “la buena vida” del incrédulo con la nuestra, ¿qué debemos hacer cuando aparentemente tenemos escasez? ¿Debemos esforzarnos por tener más? ¿Debemos lamentarnos por nuestra condición? ¿Debemos dar lugar a la ira y rebelarnos contra Dios? ¿Debemos deprimirnos y recluirnos? ¿Debemos dudar? ¡No! Solo necesitamos recurrir a Él para pedirle que nuestra vida en ese momento se convierta en algo especial. Renovamos así nuestro sentido de haber sido llamados a salir del mundo; sabemos que no somos de este mundo y estamos felices.
           A menudo veo personas que, debido a la frustración con sus circunstancias, vuelven a los ídolos del pasado. Sí, creyentes consagrados regresan a la difamación, la amargura, el enojo, la retracción, el auto castigo, la concupiscencia, la inmoralidad, el alcohol y otras drogas; y la lista continúa. Están enojados y al mismo tiempo agotados de tratar de ser algo mejor, de vivir por sobre las circunstancias y de imitar a Cristo. Ya nada les importa. Sus pensamientos y actitudes podrían resumirse de alguna manera en expresiones como: “Lo he intentado todo y no puedo cambiar”. “Estoy harto de los cristianos y de su prédica de la felicidad”. “Sí, es cierto que Dios ayuda a algunos; pero evidentemente yo no estoy entre los pocos afortunados y más vale que lo reconozca”. “Por ahora, el sueño me libra de esta desdicha hasta tanto llegue la muerte para liberarme en forma definitiva, y no veo la hora que suceda”. “Soy una víctima de personas que están decididas a amargarme la vida”. Observe en todas estas frases cómo el gozo y la felicidad están vinculados a las circunstancias; en la medida que una circunstancia sea buena la persona se siente bien, y lo inverso también es cierto. Pero Jesús fue victorioso sobre las circunstancias; en Él somos más que vencedores. La solución no es arreglar la circunstancia, sino acercarse a Él en ese momento y participar de su vida como más que un vencedor. No escribo esto para disentir; es un hecho. ¡La medida en que buscamos que las circunstancias nos hagan felices, es precisamente la medida de infelicidad a la cual descendemos merecidamente! Los creyentes han sido creados para Dios; piense en la enorme inversión realizada en nosotros. Por lo tanto, la felicidad viene únicamente cuando estamos inmersos en Dios. ¡Este es un absoluto que puede probarse! ¡Acepte el desafío! La próxima vez que usted compare su desdichada vida con el éxito que disfruta un incrédulo, la próxima vez que usted esté enojado por sus circunstancias, la próxima vez que usted sienta un profundo rechazo por el poder de la carne, el pecado y Satanás sobre usted, acérquese a Cristo, pase algunos minutos en comunión y oración, abra la Biblia, y vea si no se produce un cambio. Al cabo de pocos minutos usted deseará seguir adelante, hacer a un lado antiguos pecados y dar testimonio de Cristo y de la felicidad que Él da. Su vida tendrá sentido. ¡No hay nada que su presencia no sane! Entonces verá claramente que si Dios nos diese una vida fácil muy pronto nos apartaríamos de Él, viviendo de manera aparentemente realizada en la carne pero no realizada en el Espíritu.

Al volver usted y encontrar su lugar delante de Él, y al vivir de los recursos de su presencia, el enemigo usará la última arma con que todavía cuenta: la culpa. A menudo somos invadidos por una “oleada” de culpa cuando volvemos al Señor, porque en su presencia las “anteojeras” nos son quitadas y todo se hace claro: las obras de la carne, el egocentrismo, la necedad de dudar de Dios, el tiempo malgastado y el maltrato dado a otros. El enemigo, al saber que somos iluminados, procurará hacer el mejor uso de eso para sus fines y destacará todos nuestros yerros pasados, esperando que la avalancha de culpa nos haga escapar de Dios y del horrible juicio que imaginamos. ¡No escuche! ¡Resista! Dios le ha acercado a Él no para disciplinarlo, sino para amarlo. La disciplina ya fue autoinfligida al evitar la presencia de Él, de modo que ya pasó. Ahora es tiempo de restauración, comunión, perdón, plenitud y amor.  

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