Es una enorme bendición
encontrarnos ante un estilo de vida muy diferente del que nos hemos
acostumbrado en casa. Mi hermano y yo disfrutábamos de esta circunstancia en el
Amazonas y necesitábamos dedicar todo nuestro tiempo a procurar lo básico en
materia de agua, comida, albergue, transporte y un lugar donde cambiar dinero.
Y entonces tuvimos una experiencia desconcertante, o mejor dicho escalofriante.
Ambos nos detuvimos pasmados, como si se tratara de una ilusión óptica. Sobre
la acera habÃa una cabeza, una cabeza humana, con un cuerpo más pequeño que una
caja de cereales. No habÃa brazos, ni piernas, ni estómago y tampoco ropas;
pero la boca sostenÃa un pincel y pintaba flores en un pequeño pedazo de papel.
Afligidos y movidos por la compasión, dejamos algo de dinero en un tazón que
estaba junto a la cabeza y nos alejamos muy perturbados, preguntándonos por
qué. Preguntándonos cuánto de lo que ocupaba nuestra vida diaria se aplicarÃa a
esta persona; pensando cuánto nos quejamos por cosas comparativamente tan
triviales; preguntándonos cuál serÃa la respuesta de esta persona si le
dijéramos que estábamos ofendidos por la manera en que alguien nos habÃa
hablado; meditando en lo que pensarÃa la cabeza si nos quejáramos de que la
Navidad de ese año estarÃa un poco escasa de regalos. La cabeza era
perturbadora y misteriosa; se nos hacÃa muy difÃcil deshacernos de esa imagen.
Comencé a preguntarme cuánto de lo que se enseña en el ámbito cristiano se
aplicarÃa a esta persona. Si la vida espiritual depende de lo que hacemos o
cómo vestimos, de orar de rodillas, de viajar haciendo trabajo misionero, de
enseñar, o de las miles de actividades religiosas que se promueven, ¿estarÃa por
ventura incluida esta persona: la “moneda perdida”, la “débil”, la “una de las
noventa y nueve”? Llegué a la conclusión que si lo que enseñamos no podÃa ser
llevado a cabo por esta persona, entonces no es lo suficientemente simple como
para aplicarse a ninguna otra.
La vida profunda viene por medio
de la fe, la actividad del alma y el espÃritu, no la actividad del cuerpo. La
acción debe ser el resultado de la fe. En consecuencia, la fe es mayor, y no
obstante está dentro del alcance de cualquier persona, hasta la más débil de
todas. En efecto, los más débiles son los más aptos para agradar a Dios, ya
que, digámoslo una vez más, un creyente rara vez fracasa en relación con lo que
es su debilidad, sino que, por lo general, esto sucede en relación con los aspectos
acerca de los cuales uno se considera más fuerte.
A Jesús le preguntaron de quién habÃa
sido el pecado que causó la ceguera de un hombre. El Señor respondió que no era
por pecado, sino para la gloria de Dios (vea Juan 9.1-3). A menudo, cuando tardo
en dormirme por las noches pienso en la cabeza que vi. Dios me trajo un mensaje
potente y conciso acerca de la simplicidad de la FE por medio de esta persona
que no tenÃa nada; habÃa encontrado que la vida era tolerable y exteriorizaba
su belleza interior por medio de un arte simple, sencillo. En contraste, muchos
que tienen una multitud de logros y posesiones mundanas no pueden soportar la
vida. Una conclusión obvia es que la vida no se halla fuera del hombre, sino en
su interior.
M.WELLS
M.WELLS
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