¡Apartarse! / ¡Brindarse a todos!
Es interesante que Cristo primero nos ordene
apartarnos de los hombres y que no tengamos amistad con personas del mundo; y
que después de hacer eso se nos ordene salir al mundo y brindarnos a todas las
personas. ¿Cómo puede ser esto lo correcto cuando se presenta como una paradoja?
En primer lugar, nos hemos acostumbrado demasiado a “extraer” de los demás lo
que pensamos que necesitamos y creemos que ellos pueden darnos. Hemos dependido
de otros en nuestro intento de lograr satisfacer necesidades que únicamente
Dios puede llenar. Insatisfechos, continuamos nuestra búsqueda en nuevas áreas
de la vida del mundo. ¡Dios debe sanarnos de esta conducta! Debido a que el
Señor es amor, permite que todo lo que no provenga de Él nos decepcione y que
de esta manera volvamos a buscarlo. Una vez que encontramos al Cristo que mora
en nosotros y todas las riquezas que necesitamos, ya no buscamos que otras
personas ni el mundo nos proporcionen satisfacción. Ahora podemos ir nuevamente
al mundo (tal como se nos manda), brindándonos a los demás a favor de su
redención, no procurando nada para nosotros mismos y libres de los efectos del
rechazo por parte de otros. ¡Volvemos diferentes! En otro tiempo éramos
mendigos; ahora damos de los ríos de agua viva que fluyen de nuestro interior.
Sin embargo, debemos recordar que el brindarnos a otros estuvo precedido por
una actitud obediente de no brindarnos a nadie hasta haber comprendido que es
el Señor quien satisface nuestras necesidades. ¡Pero aquí subyace un problema!
Muchos creen que, dentro del ámbito de la iglesia, los creyentes pueden
brindarse a los demás sin haber pasado primero por la experiencia de no
brindarse a ninguno. El resultado final es un grupo que funciona sin el
fundamento de encontrar todo en Cristo, pero que al mismo tiempo trata de
brindarse a otros y recibir de ellos. Sencillamente, esto es la carne que
intenta ministrar a la carne. ¡Imposible! Antes que podamos convertirnos en el
cuerpo de Cristo, debemos comprender que, cada uno en forma individual, somos
una parte de su cuerpo. Debemos reconocer primero que aparte de Él no podemos
hacer nada; que lo que es cierto de Él es cierto de nosotros; y que el viejo
hombre, la vieja naturaleza, la vieja vida ahora está crucificada. Solo cuando
tomamos conciencia que nos hemos despojado completamente del antiguo yo y nos
hemos apropiado de la nueva vida en Cristo, es que tenemos algo de valor para
dar a partir de nuestra singularidad, y solo entonces nos damos cuenta que
podemos recibir las ofensas de otros con amor dentro del ámbito del cuerpo. Este
es el fundamento sobre el cual se edifica la unidad en Cristo.
M.WELLS
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