“Por lo demás, hermanos, todo lo
que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable,
todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza,
en esto pensad” (Filipenses 4.8).
Imagine que el lugar en el cual
usted está sentado en este momento, leyendo, representa la totalidad de su
vida. Todo lo que hay en el recinto guarda alguna relación con su pasado,
presente y futuro. Ahora tome el objeto más insignificante que usted vea –un
lápiz, una moneda, un salero– y comience a moverlo lentamente hacia sus ojos.
En algún momento del trayecto, mientras usted sigue acercándolo, ese objeto
insignificante deja fuera de su vista la mitad de su mundo. Algo que es de
mÃnima importancia para los demás se ha convertido ahora en algo de enorme
importancia para usted. En efecto, usted tendrá bastantes dificultades para vivir
el resto del dÃa con la mitad de su vista obstruida. Esto es exactamente lo que
hace el enemigo con los creyentes; toma algo de nuestro pasado, presente o
futuro y nos lleva a obsesionarnos en eso al punto de hacernos creer que no hay
nada que podamos hacer en la vida hasta resolver el asunto que tenemos delante.
Algunos permanecen obsesionados por tanto tiempo que finalmente comienzan a
prestar atención a la voz del enemigo, quien puede llegar al punto de decirles
¡que esta preocupación es tan grande que la única salida es el suicidio! La
obsesión comprende dos problemas fundamentales. En primer lugar, Mateo 5.36
dice: “[…] no puedes hacer blanco o negro un solo cabello”. Es decir, que uno
no puede controlar el pasado, el presente ni el futuro. Segundo, el lamento por
el pasado es para los incrédulos. Me causa enorme desconcierto ver a creyentes
que pasan todo el tiempo lamentándose por algún tonto error cometido en el
pasado. Tenemos un Dios que se hace cargo de nuestros pecados, y la prueba de
que nos limpia de ellos es precisamente el hecho que nos hace daño pensar en el
pasado. Por lo tanto, Él debe ser el centro de nuestra atención diaria, y
ninguna otra cosa.
Imagine que su mente está dividida en dos; que una
mitad de su energÃa mental está dedicada a su cónyuge, empleo, iglesia, familia
y pasatiempos y que la otra mitad de sus pensamientos están centrados en su
obsesión. Si usted renunciara a su obsesión, ¿qué harÃa con el vacÃo que eso
deja? En Filipenses tenemos el secreto: ¡Centremos nuestra atención en Cristo!
Una cosa que he descubierto, que hace que la vida sea algo que se disfruta, es
entregarme cada dÃa a algo mayor que yo. Una obsesión nunca es mayor que la
persona que se entrega a ella, y nada es más grande que Dios. Satanás querÃa
que Jesús lo adorara (vea Mateo 4.9); la palabra que se usa para referirse a la
adoración significa “entregar su atención a [algo]”. Jesús se negó a entregar
su atención a otro que no fuera su Padre Celestial. Es el colmo de lo inútil
adorar una obsesión.
M.WELLS
0 comentarios