ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

CRISTIANOS HONESTOS

3:56Carlos C


           En una oportunidad un maestro tomó una naranja y preguntó a sus alumnos: “¿Qué hay dentro de esta naranja?” Todos dijeron: “Jugo de naranja”. Sin embargo, al presionarla, en lugar del dulce jugo esperado salió de ella algo negro y de aspecto desagradable. Podemos pensar en nuestra vida como una naranja. En todo el transcurso de la vida cristiana podemos encontrar que somos presionados; sin embargo, la presión revela lo que hay dentro de nosotros, ya sea algo dulce o eso negro y desagradable que es el egocentrismo.
             “Dios los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan al pueblo santo.
Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Sobre todo revístanse de amor, que es el lazo de la perfecta unión” (Colosenses 3.12-14, DHH).
           Cuando nuestra carne se revela como resultado de la presión de otros, ¿en qué preferimos centrar nuestra atención? ¿En aquellos que ejercen presión sobre nosotros, en la injusticia que representa y el error de su conducta? ¿O es nuestra tendencia poner toda nuestra atención en nuestra propia respuesta carnal? Es demasiado fácil reunir argumentos que condenen la conducta de otros al mismo tiempo que racionalizamos la nuestra. Sin embargo, los creyentes nunca tenemos una excusa para nuestra conducta egocéntrica, porque vivimos conforme a un absoluto espiritual según el cual, no importa lo que suceda, nunca tenemos una excusa para no amar.
           En la India se cuenta acerca de un rey mogol que comprendió que se acercaba el tiempo de retirarse. Como no tenía heredero para el trono, convocó a unos quinientos jóvenes de su reino para elegir de entre ellos un sucesor. Entregó a cada joven una semilla y les pidió que la cuidaran durante un año, al final del cual examinaría el resultado de lo que hubiese hecho cada uno y, por medio de lo que viera, determinaría quién sería el rey. Uno de los jóvenes llevó su semilla a su casa, la plantó, la regó, le puso fertilizante y la cuidó día y noche. A pesar de tales esfuerzos nada creció. Al final del año, el joven dijo a su padre que se sentía demasiado avergonzado para presentar al rey su maceta vacía. Su padre lo convenció que había trabajado duro y había puesto lo mejor de sí, de modo que no debía sentirse avergonzado; debía presentarse al rey con honestidad, ni mejor ni peor de lo que él era. Por lo tanto, el joven fue a la ciudad el día que debía presentarse ante el rey. Ocupó su lugar, con la maceta vacía en sus manos, junto a los otros jóvenes, todos los cuales tenían macetas con bananos que ya estaban a punto de dar fruto, mangos, o hermosas plantas de flores. El rey comenzó a inspeccionar el resultado del trabajo de los quinientos jóvenes, uno a uno. Al pasar frente al muchacho que tenía su maceta vacía se detuvo un momento para mirar y luego continuó con su inspección. Pronto el rey regresó junto al joven que tenía la maceta vacía y dijo:              “¡Tú serás el próximo rey!”
 “¿Por qué he de ser yo rey cuando no pude producir nada?” preguntó el joven. A lo cual el rey respondió:
           “Antes de repartir las semillas las herví, de modo que ninguna pudiera crecer. Solo tú te presentaste honestamente; tú serás el próximo rey”. 
           ¿Recuerda usted el caso del hombre que pidió a Jesús que sanara a su hijo? Jesús le respondió:
             “Si puedes creer [...]”.
              Entonces el hombre le dijo con toda honestidad:
             “Creo; ayuda mi incredulidad”. (Vea Marcos 9.14-27)

            El muchacho fue sanado. El Rey recompensa la honestidad y exalta a los humildes. Muchas veces la necesidad que tiene un creyente es muy sencilla: ¡presentarse delante de Dios honestamente, ni mejor ni peor de lo que es y sin pretender ofrecer justificación alguna! Cuando nosotros, como creyentes, nos encontramos bajo presión y vemos que lo que sale es eso negro y desagradable, como lo que había en la naranja, debemos reconocer nuestra condición y no transferir la atención a los otros que ejercen presión sobre nosotros. A menudo encuentro entre los matrimonios a aquellos que al principio sintieron una mutua atracción porque eran afectuosos, amables, desinteresados, elogiosos y perdonadores. Con el paso del tiempo y al descubrir los cónyuges que uno no podía satisfacer las profundas necesidades del otro, la conducta se deterioró y pasó a ser juzgadora, egoísta, impaciente, rencorosa, acusadora y carnal. Aquí los creyentes tienen dos posibilidades: presentarse delante de Dios y confesar su conducta carnal o comenzar a poner todo su empeño en encontrar excusas para su conducta negativa. Para esta segunda alternativa podrían observar a su cónyuge a través de una lupa, a fin de ver bien destacadas las horribles fallas que generaron las respuestas carnales, con la esperanza de verse justificados ellos y que su cónyuge sea condenado. Esta condición espiritual me hace recordar los tornados de Kansas: un gran torbellino alrededor de un vacío. La circunferencia del tornado es la zona donde se produce el mayor daño, debido a que no sucede nada en el centro. Hay personas que parecen estar rodeadas de un gran torbellino, que al no tener nada en su centro destruyen todo lo que está alrededor, fuera de ellas. Si queremos salir de ese grupo debemos dejar de destruir, dejar de poner excusas y reconocer nuestra verdadera condición; entonces se cumplirá en nosotros la verdad que “de su interior correrán ríos de agua viva”. 

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