En una oportunidad un maestro tomó una
naranja y preguntó a sus alumnos: “¿Qué hay dentro de esta naranja?” Todos
dijeron: “Jugo de naranja”. Sin embargo, al presionarla, en lugar del dulce
jugo esperado salió de ella algo negro y de aspecto desagradable. Podemos
pensar en nuestra vida como una naranja. En todo el transcurso de la vida
cristiana podemos encontrar que somos presionados; sin embargo, la presión
revela lo que hay dentro de nosotros, ya sea algo dulce o eso negro y
desagradable que es el egocentrismo.
“Dios
los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan al pueblo santo.
RevÃstanse de sentimientos de compasión, bondad,
humildad, mansedumbre y paciencia. Sopórtense unos a otros, y
perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Asà como el Señor los
perdonó, perdonen también ustedes. Sobre todo revÃstanse de amor,
que es el lazo de la perfecta unión” (Colosenses 3.12-14, DHH).
Cuando nuestra carne se revela como
resultado de la presión de otros, ¿en qué preferimos centrar nuestra atención?
¿En aquellos que ejercen presión sobre nosotros, en la injusticia que
representa y el error de su conducta? ¿O es nuestra tendencia poner toda
nuestra atención en nuestra propia respuesta carnal? Es demasiado fácil reunir
argumentos que condenen la conducta de otros al mismo tiempo que racionalizamos
la nuestra. Sin embargo, los creyentes nunca tenemos una excusa para nuestra
conducta egocéntrica, porque vivimos conforme a un absoluto espiritual según el
cual, no importa lo que suceda, nunca tenemos una excusa para no amar.
En la India se cuenta acerca de un rey
mogol que comprendió que se acercaba el tiempo de retirarse. Como no tenÃa
heredero para el trono, convocó a unos quinientos jóvenes de su reino para
elegir de entre ellos un sucesor. Entregó a cada joven una semilla y les pidió
que la cuidaran durante un año, al final del cual examinarÃa el resultado de lo
que hubiese hecho cada uno y, por medio de lo que viera, determinarÃa quién
serÃa el rey. Uno de los jóvenes llevó su semilla a su casa, la plantó, la
regó, le puso fertilizante y la cuidó dÃa y noche. A pesar de tales esfuerzos
nada creció. Al final del año, el joven dijo a su padre que se sentÃa demasiado
avergonzado para presentar al rey su maceta vacÃa. Su padre lo convenció que
habÃa trabajado duro y habÃa puesto lo mejor de sÃ, de modo que no debÃa
sentirse avergonzado; debÃa presentarse al rey con honestidad, ni mejor ni peor
de lo que él era. Por lo tanto, el joven fue a la ciudad el dÃa que debÃa
presentarse ante el rey. Ocupó su lugar, con la maceta vacÃa en sus manos,
junto a los otros jóvenes, todos los cuales tenÃan macetas con bananos que ya
estaban a punto de dar fruto, mangos, o hermosas plantas de flores. El rey
comenzó a inspeccionar el resultado del trabajo de los quinientos jóvenes, uno
a uno. Al pasar frente al muchacho que tenÃa su maceta vacÃa se detuvo un
momento para mirar y luego continuó con su inspección. Pronto el rey regresó
junto al joven que tenÃa la maceta vacÃa y dijo: “¡Tú
serás el próximo rey!”
“¿Por qué he
de ser yo rey cuando no pude producir nada?” preguntó el joven. A lo cual el
rey respondió:
“Antes de repartir las semillas las
hervÃ, de modo que ninguna pudiera crecer. Solo tú te presentaste honestamente;
tú serás el próximo rey”.
¿Recuerda usted el caso del hombre que
pidió a Jesús que sanara a su hijo? Jesús le respondió:
“Si
puedes creer [...]”.
Entonces el hombre le dijo con toda
honestidad:
“Creo;
ayuda mi incredulidad”. (Vea Marcos 9.14-27)
El muchacho fue sanado. El Rey recompensa la
honestidad y exalta a los humildes. Muchas veces la necesidad que tiene un
creyente es muy sencilla: ¡presentarse delante de Dios honestamente, ni mejor
ni peor de lo que es y sin pretender ofrecer justificación alguna! Cuando
nosotros, como creyentes, nos encontramos bajo presión y vemos que lo que sale
es eso negro y desagradable, como lo que habÃa en la naranja, debemos reconocer
nuestra condición y no transferir la atención a los otros que ejercen presión
sobre nosotros. A menudo encuentro entre los matrimonios a aquellos que al
principio sintieron una mutua atracción porque eran afectuosos, amables, desinteresados,
elogiosos y perdonadores. Con el paso del tiempo y al descubrir los cónyuges
que uno no podÃa satisfacer las profundas necesidades del otro, la conducta se
deterioró y pasó a ser juzgadora, egoÃsta, impaciente, rencorosa, acusadora y
carnal. Aquà los creyentes tienen dos posibilidades: presentarse delante de
Dios y confesar su conducta carnal o comenzar a poner todo su empeño en
encontrar excusas para su conducta negativa. Para esta segunda alternativa
podrÃan observar a su cónyuge a través de una lupa, a fin de ver bien
destacadas las horribles fallas que generaron las respuestas carnales, con la
esperanza de verse justificados ellos y que su cónyuge sea condenado. Esta
condición espiritual me hace recordar los tornados de Kansas: un gran torbellino
alrededor de un vacÃo. La circunferencia del tornado es la zona donde se
produce el mayor daño, debido a que no sucede nada en el centro. Hay personas
que parecen estar rodeadas de un gran torbellino, que al no tener nada en su
centro destruyen todo lo que está alrededor, fuera de ellas. Si queremos salir
de ese grupo debemos dejar de destruir, dejar de poner excusas y reconocer
nuestra verdadera condición; entonces se cumplirá en nosotros la verdad que “de
su interior correrán rÃos de agua viva”.
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