ENSEÑANZA VIDA EN EL REINO

SIN MIEDOS O COMPLEJOS

3:17Carlos C



“Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle” (Lucas 4.28-29).
 Supongo que en algún momento de la vida todos hemos tenido que tratar con un intimidador. La característica de esta persona es la capacidad para actuar como alguien que es superior a nosotros y meternos miedo. Hay diversas clases de intimidadores. Los intimidadores físicos controlan por medio de la fuerza bruta para generar en otros el temor de resultar lastimado. Los intimidadores intelectuales destacan nuestra estupidez e inferioridad. Los intimidadores materialistas centran la atención en la exitosa adquisición de bienes. Los intimidadores religiosos destacan su justicia (rectitud), demostrando claramente su gratitud por no ser miserables pecadores y fracasados como los demás. Los intimidadores verbales se deleitan en su capacidad de hablar rápidamente y dejarnos sin palabras porque nos sentimos torpes. Los intimidadores políticos simulan entender las complejidades del mundo y se sorprenden ante lo absurdo de nuestras opiniones. Por último, los que intimidan sobre la base del aspecto exterior se exaltan a sí mismos por su belleza, su buena presencia o su vestimenta, insinuando que los demás somos feos y que por eso debemos ocupar nuestro lugar en la correspondiente casta inferior. 

Al analizar la cuestión de los intimidadores, hay dos aspectos que es necesario comprender. En primer lugar, nosotros entregamos al intimidador cualquier poder que tenga sobre nosotros porque, al igual que él, creemos falsamente que la grandeza de una persona descansa en su fuerza, belleza, intelecto, bienes materiales, justicia propia o mente veloz. Somos nosotros quienes permitimos que el intimidador se imponga en forma autoritaria y arrojamos flores a su paso en su despliegue de “poder”. La prueba se encuentra en confesiones como la siguiente: “Me siento un pelele porque me asusté y no le hice frente”. ¿Quién dijo que éramos peleles por no hacer frente a quienes de manera tan infame andan en la carne? ¡Yo sé quién lo dice! El intimidador y los que son intimidados, pero estoy convencido que ambos están equivocados. No debemos permitir que esas personas definan lo que es débil, fuerte, intelectual o religioso. Si lo hacemos, nos encontraremos con falsas definiciones. En segundo lugar, ¡el hombre espiritual establece el parámetro! La persona espiritual no es juzgada por nadie pero juzga todas las cosas (1 Corintios 2.15: “En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie”). El hombre espiritual se niega a ponerse a la altura del parámetro determinado por el carnal y, al mismo tiempo, se niega a prestarse a los juegos del intimidador, que intentan afianzarlo en una posición superior que le permita imponerse a los demás. Contrariamente, el hombre espiritual se humilla por debajo de todos los demás, creando tal contraste entre él y todos los intimidadores, que estos resultan pasibles de un juicio increíble. Los espirituales funcionan a partir de una definición del hombre que no necesita hacer frente a un intimidador, sino amar y servir. Al intelectual podemos decirle que “no somos sabios en nuestros propios ojos”; al intimidador materialista, que “vivimos como el gorrión y los lirios”; al intimidador verbal, que “bendecimos”; al que es de rápida respuesta, que “nos gloriamos en nuestra debilidad”. Y al intimidador religioso podemos decirle con toda confianza: “No confiamos en nuestras obras sino en la obra de Él”. Al ponernos debajo del intimidador en lugar de procurar trepar con uñas y dientes para alcanzar su nivel, conquistamos y vencemos. No se deje intimidar por estas personas, porque si lo hace significa que usted ha caído en el falso concepto de la vida que a ellas las caracteriza.  

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