VIDA EN EL REINO

SUFRIR EN CRISTO

11:34Carlos C







Uno de los temas que trae más confusión a los creyentes es el del sufrimiento. Buda llegó a la conclusión que la existencia y el sufrimiento eran una y la misma cosa. Muchos creen que se trata de una afirmación profunda e imponente, aunque su conclusión lógica resulta deprimente.
Sin embargo, la declaración que hizo el escritor de Eclesiastés no fue mucho más feliz: “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 1.14). Job 5.7 ofrece una reflexión similar: “Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción”. Lea el siguiente fragmento de una nota dejada por un suicida: “Perdón, no pude cambiar; lo intenté y me di por vencido”. La experiencia de vivir diariamente infeliz por dentro y por fuera hace que muchas personas lleguen a la conclusión que la vida no es otra cosa que un suceso horroroso tras otro. Los que leen las manos, comienzan diciendo lo mismo a cada persona: “Te ves feliz, pero percibo un conflicto muy profundo en ti”. Es una buena frase para incluir a todos, ya que probablemente describa la condición de al menos la mitad de la humanidad en un día cualquiera.
Recibí por el correo electrónico un artículo sobre la razón por la cual sufren los cristianos. Según el autor, sufrimos para que Dios pueda probar nuestra fe, nuestra oposición y resistencia a su voluntad, nuestra consagración y nuestro conocimiento de su Palabra. Decía el artículo que Dios nos probará con el desánimo y la frustración, y por supuesto, probará nuestra paciencia. ¡Pensaba en ese panorama sombrío, y no veía la hora de apuntarme para estar cerca de Dios y así conocer la infelicidad total! Si no lograba soportar la prueba, quizá Dios me rechazaría. Las explicaciones con respecto al sufrimiento del cristiano a menudo rozan lo absurdo. Sin embargo, es un tema legítimo que genera preguntas legítimas. Las siguientes son algunas de las cuestiones que me han planteado. “Se enferman los hijos de dos matrimonios de misioneros. ¿Por qué el hijo de uno de los matrimonios muere y el hijo del otro vive?” “Mi hermana amaba al Señor pero murió mientras daba a luz. ¿Por qué Dios no la cuidó?” “Mi esposo estaba en Vietnam. Él era creyente y yo oraba todas las semanas con mis amigas por su seguridad. Fui la única en mi círculo de oración que perdió a su esposo. ¿Por qué?” “Estábamos perdiendo nuestra granja, y cuanto más nos esforzábamos y buscábamos al Señor, peor se ponían las cosas. Finalmente, perdimos la propiedad. Dios no estuvo allí con nosotros. ¿Por qué?” “Oramos con nuestra hija y le enseñamos las cosas de Dios, y sin embargo, quedó embarazada siendo soltera. ¿De qué sirven la oración y la instrucción?”
Muchos creyentes se sientan en la iglesia con preguntas similares que aguijonean su mente. Debido a que pocos se ponen en pie para relatar a la congregación sus frustraciones con Dios, suponen que son los únicos que se cuestionan cosas. Lo que piensan se ve confirmado por los testimonios que oyen, como los siguientes ejemplos: “El doctor nos dijo que nuestro bebé nacería con deformidades. Nos negamos a aceptarlo, porque teníamos la firme convicción que el Señor era más poderoso que los diagnósticos. Nuestro bebé nació perfecto”. “No teníamos absolutamente nada; estábamos perdiendo nuestra granja. ¡Pero confiamos y Dios hizo un milagro! ¡No solo conservamos la granja, sino que ahora también compramos la granja contigua! ¡Gloria a Dios!” Después de oír esta clase de testimonios, la congregación aplaude, ¡aun si la granja contigua fue comprada debido a la pérdida de otra familia de la congregación! ¿Cuál es la sutil conclusión en estos casos? Que aquellos que agradan a Dios no sufren, y que los que sufren han hecho algo malo. Esta forma de pensar es absolutamente incorrecta, pues los Evangelios no enseñan que si alguien agrada a Dios su hijo no morirá, ni que ningún ser querido fallecerá en un accidente automovilístico, ni que sus hijos no serán rebeldes, ni que su matrimonio estará libre de momentos difíciles, ni que nunca carecerá de recursos económicos. ¿Enseña la Biblia que únicamente los impíos sufren?
¿Qué clase de mundo sería el nuestro si solo los incrédulos sufrieran? Imagine que usted está viajando en un avión, cuando la aeronave sufre una falla mecánica. ¿Suspende Dios la ley de la gravedad, coloca otro aeroplano junto al averiado y avisa por el intercomunicador: “Por favor, que los justos aborden la otra aeronave”, para enviar luego a la destrucción el avión que lleva a los pecadores a bordo? Muchos creen que Dios debería hacer algo como esto, cada vez que la aflicción se acerca a sus hijos.
¿Cree usted que si hace todo lo correcto, memoriza la Biblia, testifica, tiene su tiempo devocional diario, actúa bajo principios bíblicos, se entrega por completo al Señor y permanece en Él sin altibajos, nunca se enfermará, siempre tendrá dinero, no se producirán muertes en su familia, no sufrirá accidentes de tránsito y evitará las calamidades? Si esto es lo que usted cree, entonces está meramente intentando vivir una vida piadosa para manipular a Dios de modo que Él preserve su comodidad. Esto revela que su vida está centrada en usted mismo y su bienestar, no en el Hijo del Hombre sobre una cruz. Los amigos de Job demostraron que se hallaban bajo este engaño, al realizar afirmaciones como la que encontramos en Job 22.21: “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien”. Mateo 27.43 descalifica la falsa enseñanza que los que sufren han contrariado a Dios o son objeto de su desagrado: “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios”. Ellos creían que ser liberado del sufrimiento probaría que Jesús provenía de Dios. Dios no lo liberó; hizo algo mejor: ¡Produjo vida a partir del sufrimiento!
La persona que más me aburre es la que veo en el espejo. Necesito a alguien con quien tener compañerismo y a quien amar. Fuimos creados a la imagen de Dios. Dios, al ser amor, deseaba que existiese alguien con quien tener compañerismo y a quien amar. Por esa razón nos creó. Antes de eso, había creado el mundo, una de las herramientas evangelísticas más grandes que Él posee, pues el mundo presiona al hombre para llevarlo a reconocer que no puede vivir independientemente del Señor. La experiencia de sufrir en el mundo lleva al hombre a buscar a Dios. Un excelente ejemplo es la experiencia de los discípulos en la barca aquella noche oscura de tormenta, durante la cual se esforzaban denodadamente, sin poder avanzar. Cuando Jesús entró en la barca, llegaron inmediatamente a la orilla. Vivir en el mundo sin Cristo es simplemente esforzarse en la oscuridad sin llegar a ninguna parte. Una vez que quedamos exhaustos e invitamos a Cristo a entrar, llegamos a tierra sin esfuerzo. Muchos padres no pueden entender por qué sus hijos adolescentes no están cada domingo por la mañana esperándolos junto a la puerta, alborozados y preguntando: “Papá, ¿hoy no es día de iglesia? ¡Que bueno! ¡No vemos la hora de llegar para estudiar la Biblia!” ¿Por qué, después de toda la influencia cristiana, la enseñanza y la capacitación impartidas y recibidas, estos adolescentes no están entusiasmados con Jesús? La razón es que el mundo todavía no los ha evangelizado, ¡pero ya lo hará! La presión del mundo les hará ver su necesidad de Cristo a través de la experiencia, y hará aflorar con poder toda esa enseñanza y capacitación. A menudo me sorprenden los padres cristianos, pues desean resguardar a sus hijos precisamente de todo lo que a ellos los condujo a Cristo.
 Pedir a Dios que detenga todo sufrimiento que el mundo nos hace padecer sería pedirle que deje de evangelizar. Al comprender esto, nuestro próximo pedido al Señor podrá ser que nos quite del mundo. Pero tampoco nos concederá esta petición, porque en este mundo tenemos compañerismo con Él, somos amados por Él y estamos conociendo en forma práctica otra de sus herramientas evangelísticas. En consecuencia, seguimos siendo presionados junto con el resto de la raza humana, aunque con una gran diferencia: Lo que ahora nos sucede en el mundo, libera en nosotros la vida de Cristo. Muchos observan a las personas espirituales y desean ser como ellas. Sin embargo, pocos desean las experiencias que hacen espiritual a una persona. ¿Cómo podemos saber que la vida de Cristo en nosotros puede amar a un enemigo, si no lo tenemos? ¿Cómo conoceremos al Señor como el Dios de la consolación, si no sufrimos la pérdida de un ser querido? ¿Cómo sabemos que podemos vivir como las aves del campo, si antes no se nos cierran todas las puertas de provisión financiera? Todo aquello que generalmente pensamos que es malo, para el creyente que permanece es bueno. El sufrimiento es el medio para alcanzar un fin glorioso. “Pero vemos que Jesús, […] está coronado de gloria y honor, a causa de la muerte que sufrió” (Hebreos 2.9, DHH). Los budistas dicen que la vida equivale al sufrimiento, y pretenden reducirlo a cero transformándose ellos en un cero. El sufrimiento del cristiano es lo opuesto: “Y así, aunque nosotros vamos muriendo, ustedes van cobrando nueva vida” (2 Corintios 4.12, TLA). Una vez que estamos en Cristo hay un propósito para el sufrimiento, el cual es producir vida. Aunque Job no disfrutó del sufrimiento en su momento, lo que aprendió personalmente acerca de Dios lo recompensó con creces. “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2.10). Estoy feliz de ser cristiano, porque lo peor que el mundo puede arrojarme solo sirve para liberar dentro de mí más de la vida victoriosa de Cristo. Por lo tanto, no sufro un ataque de nervios cuando algún aspecto de la política nacional se sale de control y está fuera de mi alcance; sencillamente oro por los políticos y predico a Cristo.
Los cristianos tienen el hábito de convertir dos problemas en uno. Por ejemplo, en cierta oportunidad vino a mi oficina una mujer que, por más que lo intentara, no podía dejar de llorar. Le pregunté por qué lloraba y me contestó se debía a que su esposo había fallecido hacía tres semanas. Ante esta respuesta le dije que regresara a su casa y siguiera llorando. “No puedo seguir llorando”, respondió. “La Biblia dice que debo estar gozosa y tener un corazón alegre”. Es cierto que la Biblia enseña eso, pero llorar cuando muere nuestro cónyuge es algo muy diferente. La mujer había tomado dos cuestiones que debían tratarse por separado pero en forma paralela, y las había hecho una sola. El resultado: un gran conflicto emocional. Tuve que desenredar la maraña. Ella debía llorar y hacer duelo por su pérdida, aunque también, en medio del dolor y el llanto, hallar dentro de su espíritu una pequeña chispa de esperanza, expectativa, paz y consuelo. Lo apropiado era hacer ambas cosas. Cuando diferentes creyentes sufren, la respuesta de cada uno al sufrimiento también será diferente, de modo que nunca debemos permitir que otra persona nos diga cómo hacer nuestro duelo. Debemos responder al sufrimiento, pero al mismo tiempo, muy en lo profundo de nuestra alma y nuestro espíritu, tener una profunda y gozosa paz y expectativa en Cristo. Son dos cosas diferentes.
Otro elemento en el sufrimiento del cristiano surge cuando la aflicción tiene su origen en su propia insensatez. El discípulo tiene libre albedrío, y en el marco de ese libre albedrío muchas veces toma decisiones necias. El discipulado terrenal reconocerá esa clase de fallas e inmediatamente exclamará: “¡Consecuencias!” Pero Dios no se apresura a señalar las consecuencias, porque su propósito es redimir todo sufrimiento que experimentamos. “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito” (Romanos 8.28, DHH).
¿Desea acelerar su crecimiento cristiano? ¡Existe una manera! No es a través del conocimiento, del seminario, del esfuerzo, ni de una determinación firme. En realidad, creo que la mayoría de las personas no descubriría la manera de acelerar su crecimiento aun cuando tuvieran la oportunidad de vivir la vida varias veces. La clave es ¡DESCANSAR! Sí, sencillamente descansar. En medio del sufrimiento, la oscuridad, los cambios emocionales, las relaciones quebradas o los sueños incumplidos, simplemente descanse en Cristo. La Biblia le llama REPOSO. La carta a los Hebreos fue dirigida a un grupo de creyentes llenos de problemas. Entre todas las cosas insensatas que hacían estos creyentes, una se destacaba: ¡Estaban descuidando el REPOSO! “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado” (Hebreos 4.1). ¿Quién lo hubiera pensado? La vida cristiana profunda está hecha para los débiles. ¿Habrá alguien tan débil que no pueda “reposar”? Escuché un sermón que una anciana y querida hermana en Cristo predicó en el funeral de su hijo adulto. El muchacho había causado muchos dolores de cabeza a su madre durante su vida, pero ella estaba agradecida para con él, porque su conducta la había llevado a una búsqueda profunda de Cristo. Ella confió en Dios respecto de la salvación del joven, ¡y descansó! Unas semanas antes de su muerte, él la llamó porque quería recibir a Cristo.
Cuando queremos jugar a ser Dios no podemos reposar, porque Dios siempre está obrando. A quienes tienen temor de caer en la pasividad, ¡Jesús les encomienda llevar a cabo la siguiente tarea!: “[…] La única obra que Dios quiere es que crean en aquel que él ha enviado” (Juan 6.29, DHH).

 En una oportunidad, estaba predicando fuera de mi país y observé que una mujer se sentaba siempre en la primera fila y lloraba. Concurrió todas las noches durante dos semanas, y nunca dejó de llorar. Al final de las conferencias la invité a pasar a la oficina, donde le pregunté por qué siempre estaba llorando. Su hija se había suicidado hacía nueve meses. Le hablé a cerca de mis propias luchas con la tentación de cometer suicidio y le dije: “Todas las veces que pensé en el suicidio, ¿quién estaba velando por mí para impedirlo?” Respondió correctamente: “Dios”. Luego le pregunté: “¿Quién estaba velando por su hija y no la detuvo?” Nuevamente respondió: “Dios”. Entonces pregunté: “¿Por qué Dios intervino en mi caso y no en el de su hija? ¿Soy yo acaso más importante que ella a los ojos de Dios?” Respondí mi propia pregunta diciendo: “No sabemos por qué. Lo que sí sabemos es que yo no soy más importante que su hija, que la mejor respuesta que podamos obtener no aliviará nuestro dolor, y que únicamente Dios conoce el porqué”. La miré a los ojos mientras lloraba y le dije: “Dios estaba velando por su hija, y sin embargo, durante los últimos nueve meses, usted ha estado ocupando el lugar de Dios. Se ha sentido perseguida por el fantasma de su hija, pensando: Si tan solo la hubiera llamado, o le hubiera enviado una carta, o hubiera tomado un avión para visitarla, o hubiera enviado a mi hermano a su casa… Si tan solo… Usted ha estado ocupando el lugar de Dios. Es hora de desocupar el trono que le corresponde a Él por legítimo derecho, y descansar, reposar”. Fue el primer alivio que pude ver en su rostro en esas dos semanas. Cuando se trata del sufrimiento, debemos reconocer nuestro desconocimiento. Dios sabe todo, y la fe exige que descansemos en Él. Para aquellos que creen que el descanso –el reposo– es pasividad, ¡pruébenlo!



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